El fichaje de
Carlos Bacca por el
Sevilla en el verano de 2013, a cambio de poco más de siete millones, fue un éxito mayúsculo de
Monchi y de su equipo de trabajo. En el fútbol, el gol es lo que más caro se paga y, en este caso, se hicieron con los servicios de un futbolista que llegó a
Nervión con el cetro de ‘
pichichi’ de la liga de
Bélgica, gracias a los 25 goles que anotó con el Brujas, y que en su primera campaña como blanquirrojo, en una liga más exigente, celebró otros 21.
El colombiano ha empezado esta temporada como terminó las anteriores y ya lleva casi la mitad de los tantos anotados por su equipo. Sus excelentes números y el peso que tiene en el juego del campeón de la
Europa League le ha convertido en un fijo en los planes de
Colombia, en mundialista y, en definitiva, en un ‘9’ de renombre en todo el orbe. Es decir, se mueve a unos niveles en los que, de seguir así, muy pronto será utópico poder retenerle en el
Sánchez Pizjuán.
Ahí están los ejemplos de ‘Bam Bam’
Zamorano, de
Davor Suker, de
Negredo... y de tantos otros impulsados en el trampolín de
Eduardo Dato. Por supuesto, en el club cuentan con esta obviedad. Por eso se han esforzado en agradecerle que no se dejase embelesar por los atractivos cantos de sirena que escuchó este verano -un extremo que, por cierto, hasta ayer mismo negaban con vehemencia los dirigentes y el jugador- y retrasar, al menos un año, lo que es evidente.
De alguna manera, el club demuestra así que “el dinero recaudado en ventas está en el campo”. Porque sitúa a Bacca en el primer escalón salarial de la plantilla, pero el año de vencimiento de su contrato no varía (2018) y su cláusula (30 kilos) se mantiene. Es decir, hace todo lo que está en su mano para mantener al goleador mientras sea posible y que él se quede feliz y convencido. Y, cuando ya no lo sea, se irá por cuatro veces más de lo que costó. Y su trampolín lo usará otro.