El Sevilla fue a Polonia a convertirse en el club más laureado de la historia de la Europa League con el mismo ritmo de pulsaciones del que se lava la cara cada mañana. Levantar la 'Cuarta' -el quinto título europeo en sus siete finales en nueve años- no fue ni mucho menos sencillo; pero la final comenzó mucho antes de llegar a Varsovia.
Podía parecer que el Dnipro era el rival más asequible de las cuatro finales; pero la normalidad con la que el equipo afronta ya una final europea, fruto de la amplia experiencia adquirida, le dio humildad y prudencia; sin duda, aspectos tan importantes como los goles de Bacca y Krychowiak y básicos para no ser presa del pánico con el 1-0 y el 2-2.
Competir al más alto nivel y saborear la gloria se ha convertido en una sana costumbre para los nervionenses. Ahora toca consolidarse ahí, jugar varios años seguidos la Champions y no frenar este crecimiento. Todo ello debe ser un caramelo para el principal artífice de tanto jolgorio: Unai Emery. Merece dirigir a su Sevilla en la Champions, tanto como el club merece mantener al técnico que mejor entiende su filosofía.
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