Emery nunca lo ha dudado. Antes de echar el balón a rodar y antes incluso de arrancar la pretemporada, el vasco ya tenía claro que Kévin Gameiro sería su delantero titular este curso. Porque era de justicia. Porque lo merecía, tras aceptar como un intachable profesional que le tocaba ser el suplente de Bacca y convertirse en el jugador, de toda la historia sevillista, que más goles en una misma temporada ha marcado saliendo desde el banquillo.
La grada del Sánchez Pizjuán no lo ha tenido tan claro. De hecho, añoró al colombiano un tiempo y no podía evitar murmullar cuando Gameiro fallaba alguna ocasión de ésas que no se perdonan.
Al final, la afición entendió que, si siente el cariño, el galo es capaz de pasar de villano a héroe en cuestión de minutos. El doblete de ayer, decisivo para llegar a la final, comenzó a gestarse con los cánticos de apoyo tras fallar el penalti. Lejos de hundirse, le hizo sentirse en deuda y redimirse.
Aitor Torvisco
