Jorge Sampaoli llegó a Sevilla hace unos meses, de manera un tanto precipitada, con palabras rimbombantes, sin nada de experiencia en la Liga y con una idea de juego un tanto extremista que, sobre el papel, anteponía el cómo al qué, el jugar bien al ganar. Por ser revolucionaria y por romper radicalmente con el legado que dejó Unai Emery, el argentino generó algunas dudas que se han ido disipando gracias al más que notable arranque de temporada de los blanquirrojos.
Estaba claro que Sampaoli necesitaría un margen de tiempo para que la afición sevillista le conociese, se adaptase a su innegociable idea de fútbol ofensivo y se acostumbrase a una propuesta basada en manejar la posesión, en multiplicar las líneas de pase y en acumular muchos efectivos en campo rival. No obstante, también era imprescindible que el de Casilda no impusiese ideas sin conocer bien todo lo que significa el Sevilla y se empapase de lo que significa el escudo.
El sevillismo le aplaude que no vaya de farol y que su equipo quiera ser protagonista sea cual sea el oponente, pero lo que verdaderamente enriquece la filosofía Sampaoli es el maridaje perfecto entre su amateurismo y la casta, el coraje y el nunca se rinde. Sabe que gladiadores que luchan hasta el último segundo también pueden ser preciosistas y que, teniendo las dos cualidades, no puede prescindir de ninguna de ellas. Y menos, en partidazos como el de mañana ante la Juventus.
Aitor Torvisco
