Mil kilómetros de resignación

Aitor TorviscoAitor Torvisco
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Imagine que está jugando contra los suplentes de un recién ascendido sin nada ya en juego y que, en sólo 11 minutos y sin mucho esfuerzo en el adversario, el marcador pasa del 1-0 a favor al 1-3 en contra. Sabe que es imposible empeorar ese rendimiento, pero también está convencido de que con lo que tiene en el banquillo es imposible mejorar la imagen. Pues algo así debió sentir Víctor cuando, con la que le estaba cayendo al Betis ante el Alavés, sólo movió el banquillo para sacar a un jugador inédito dos meses y medio que fue recibido con pitos. Nahuel fue la mejor solución que halló el técnico, quien luego dio 10 minutos a Brasanac y se permitió el lujo de no agotar los cambios. ¿Para qué? Si ya había captado el mensaje.

Decir que los jugadores del Betis le hicieron la cama a un Víctor que, sin llegar a ganar crédito, había rebajado el tono crítico e incluso había tenido el insólito atrevimiento de planificar el futuro del club en los días previos, quizás sea una acusación demasiado seria. Eso sí, es muy difícil explicar lo ocurrido de otro modo y resulta muy pertinente plantearse si con tanta crítica (merecida) a los Poyet, Víctor, Haro, López Catalán o Torrecilla... no se están yendo de rositas los que, al fin y al cabo, no han rendido sobre el campo. Vale que los que mandan argumentan mejor cuando les falta la razón que cuando la tienen. Dicho de otro modo, que venden humo. Pero en el equipo se atisba, al margen de falta de nivel en muchos casos, una mezcla entre impotencia y resignación que a la larga genera una desidia contagiosa. La afición está habituada ya a respirar ambientes tan nocivos. "Ya estoy acostumbrado", se iba diciendo el joven Aitor, de sólo 7 años, tras asistir a la derrota ´in extremis´ ante el Espanyol en Cornellà. Pues, ¿saben qué? Ese niño al que ´El día después´ hizo famoso y con el que se ha identificado todo el beticismo, fue invitado al Betis-Alavés y viajó desde su Cataluña natal para irse con la misma cara de resignación pero, esta vez, a mil kilómetros de distancia de su casa. Si el equipo no quiere o puede combatir esa desidia, la ilusión morirá. Y sin ilusión, no se va a ningún lado. Sin ilusión, la próxima campaña empezará igual de mal. Y lo que mal empieza...
  
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