Berizzo imaginó un encuentro similar al de la mágica segunda mitad contra el
Liverpool y le salió otra gran remontada, otro arreón épico que hace más que merecidos los elogios a ese carácter y esa tajante negativa del
Sevilla a rendirse; pero que también invita a la reflexión y a preguntarse por qué espera al 45' para empezar a jugar.
El
'Toto' aseguró que imaginaba un partido muy concreto y por eso dejaba en casa a
Nzonzi. Quizás también por eso repitió el centro del campo que levantó un 0-3 el martes: con
Pizarro de pivote;
Franco Vázquez de enganche, filtrando pases interiores; y
Banega algo más atrasado, para buscar fluidez en la salida con la ayuda de los centrales con mejor trato: el reconvertido
Geis y
Lenglet.
Muriel en punta y
Carole en el lateral zurdo eran las otras novedades del once.
De entrada, sin embargo, al
Sevilla le sirvió de poco acumular jugadores técnicos, pues su circulación era limpia pero demasiado lenta; más allá de carreras aisladas de
Correa y desmarques de un
Muriel tan voluntarioso como descordinado. Así era imposible sorprender a un ordenado
Villarreal, que sí era capaz de amasar posesiones largas y que dañaba con la movilidad arriba, sobre todo de
Fornals, situado entre líneas en la punta más adelantada de un rombo, y de
Bacca y
Bakambu, muy abiertos y prestos para matar a la contra.
La capacidad asociativa de los amarillos desnudó la defensa sevillista, con el pivote sobrecargado y con poca ayuda en bandas por el deficiente esfuerzo en la primera y la segunda líneas de presión.
Otra vez, la reacción llegó tras el paso por vestuarios. Aumentó el nivel de intensidad y el ritmo y eso coincidió con que se fue del campo el local
Rodri, dueño y señor de la medular hasta ese momento. Volvió a marcar a balón parado, adelantó líneas, arriesgó... y ganó.
Aitor Torvisco
