Sevilla es la única ciudad española designada para acoger la exposición '
Van Gogh Alive: The Experience'. En ella, se puede disfrutar la obra del genial pintor holandés y las cartas que escribió a su hermano, en las que explicó así su popular cuadro de 'La noche estrellada': "Ver las estrellas me hace soñar". La frase bien podría definir el espíritu de
este
Betis, más motivado mientras mayor es el rival. Otra cosa es que esa buena actitud, por sí sola, sea suficiente para frenar a los mejores. Ante el
Barça no sirvió. Ayer, tampoco; pero nada se le puede reprochar a
Setién y a los suyos, que deberán seguir soñando, sabiendo que los sueños, si se persiguen, se cumplen.
De inicio, parecía que sólo salieron a contemplar la constelación merengue. Ordenados con el 1-3-4-2-1 de
Riazor, se limitaban a tapar y, aunque apostaban líneas en una presión alta, no mordían.
Paradójicamente, fue el temprano 0-1 y la lesión de
Marcelo lo que amilanó a un
Madrid muy vertical hasta entonces y espoleó a un
Betis que se adueñó del balón, que comenzó a tocar, a sentirse muy superior, a ganar duelos individuales, a sumar efectivos de ataque... A soñar
despierto. Sólo la previsible salida de
Fabián generó pérdidas. La profundidad y centros de los laterales (partidazo de Junior), la pelea de Loren y, sobre todo, la movilidad entre líneas de
Joaquín y
Boudebouz hacían daño. Así llegaron los goles de
Mandi (a la tercera ocasión clara que tuvo) y el de
Nacho en su propia portería.
Pero las estrellas tienen la capacidad de brillar con luz propia y casi cuando les viene en gana. Cuando al
Madrid le dolió su orgullo, se puso el mono de faena, hizo recular al
Betis, aumentó el ritmo de juego y aprovechó al máximo los espacios que halló en el intercambio de golpes del segundo acto. Setién cambió al 1-4-1-4-1 con
Javi García,
Tello y
Sergio León, no se rindió y, al menos, murió de pie.