Relataba hace algunas temporadas un central sevillista, que ahora no viene al caso, que el extécnico blanquirrojo Manolo Jiménez les daba órdenes de saltarse una línea durante los partidos. Es decir, un eufemismo muy inteligentemente utilizado por parte del arahalense a la hora de adoctrinar a los suyos en el
patadón hacia delante. Y eso es, a tenor de lo visto ayer en
Ipurúa, lo que le mandó Unai Emery a los suyos, siendo el valenciano
Vicente Iborra el encargado de bajarlos. Al menos sobre la teoría, porque en la práctica más bien pocos, por no decir ninguno, aterrizó el espigado mediocentro, quien para
Emery es ya un punta más por muy fallón que el mediocentro se muestre de cara a portería.
Y así, abrazado a los pelotazos a Iborra como si de un náufrago a un madero se tratase, el Sevilla de Emery naufragó en Ipurua hasta que el vasco comprendió lo que todos los sevillistas percibían. Con un doble pivote formado por un abúlico
N'Zonzi y un
Krychowiak que se vio obligado a sacar la pelota -tarea que no se le presupone- casi desde abajo del larguero de Rico, el Sevilla se presentó totalmente roto y configurado por once 'islotes' que desde la lejanía, y con las manos en alto, solicitaban una pelota. Un fútbol, por ende, excesivamente directo que no beneficiaba a hombres como
Vitolo,
Reyes o
Gameiro y que se mostró totalmente estéril con un vestuario presumiblemente configurado para otras tareas.
Pelotazos a
Iborra, 1-0 en contra y
Banega en el banquillo hasta el 68'... Alguien, creo yo, se empeña en no reconocer sus errores.