Decía
Pepe Mel durante la previa que en el derbi es donde se ve “al competidor, al que vale para estar en un campo lleno; a los que están llamados a ser grandes en esto”. Unas sabias palabras que, desgraciadamente, no supo entender su pupilo
Dani Ceballos, quien se equivocó a la hora de escoger papel en su primer derbi en la elite y que optó por un lado oscuro nada propicio en un escenario como el de ayer, un Benito Villamarín con más de 50.000 gargantas.
Y ahí, mientras se esperaba un do de pecho del prometedor canterano verdiblanco, se vio a un crío que condujo su exceso de motivación hacia el otro fútbol, ese lado más marrullero que nada tiene que ver con la calidad que atesoran sus botas. En su deseo, quizás, de limpiar su honra y de hacer olvidar su pasado sevillista, el utrerano buscó más el encontronazo y el picante que el balón en sí. Un exceso de chulería y absurda provocación que en ocasiones no estuvo a la altura del señorío de un encuentro como el derbi sevillano, correspondiéndose más a una pachanga de plazoleta que a un derbi.
Ceballos se equivocó a escoger su papel. Su rol en el reparto debe ser otro.
Alejandro Sáez
