El euroabono, bocado de realidad

Álvaro PalomoÁlvaro Palomo
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El euroabono, bocado de realidad
Definitivamente se ha olvidado que el fútbol pertenece a los aficionados, que el rey de los deportes luce su corona gracias a la pleitesía de los que se desviven por su equipo y se movilizan por un sentimiento tan profundo como inexplicable. Sin ellos no se habría convertido lógicamente en un fenómeno de masas ni existirían la manada de aprovechados que se lucran a lo grande de este deporte convertido en desorbitado negocio y que poco a poco están echando de los estadios a los verdaderos artífices de la grandeza del fútbol.


Los altos gestores, con la connivencia de los clubes, cómplices de esta sangría por sus silencios forzados o interesados, no se acuerdan jamás de los aficionados, con horarios pensados únicamente para la retransmisiones televisivas, con la consecuencia de que las gradas cada vez presentan una imagen más desoladora. Triste realidad a la que contribuye evidentemente la maldita crisis, que a tantas y tantas familias está desnudando, pero también el hecho de que los clubes no hayan adoptado las medidas suficientes para adaptarse a las crueles circunstancias y minimizar así su efecto en los estadios con el fin de evitar que el hincha fiel tenga que renunciar por falta de recursos a disfrutar en el campo de su pasión.


La discreta venta de eurobonos en Nervión, sólo 13.733, es el reflejo de esta ecuación. Dos partidos en horario laboral (19:00 h) de los tres de la fase de grupos y el desembolso adicional al realizado por el carné en plena obligación de mirar por cada euro provocarán que, como tantos otros estadios, el Sánchez Pizjuán se aleje del ambiente deseado y acorde a la fiesta europea. Una situación que, por supuesto, se podría haber evitado.
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