Se llama Juan y es de Lebrija

Álvaro PalomoÁlvaro Palomo
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Se llama Juan y es de Lebrija
Incluye nuestra idiosincrasia la mala costumbre de no valorar en su justa medida lo que nos rodea, de menospreciar lo nuestro para enaltecer lo que procede de fuera. Y, aunque ya ha alcanzado la categoría de tópico, esta tendencia responde a una realidad indiscutible, a una situación instalada en la cotidianidad y muy habitual en el mundo del fútbol, en el que el jugador de la casa se enfrenta a un nivel de exigencia superior simplemente por su origen local.


Cierto que los canteranos sobrados de calidad, como Reyes o Navas, han terminado superando este enconado obstáculo en Nervión, pero también que esta dificultad existe y que la mayoría de los productos de la Carretera de Utrera lo han sufrido tanto en sus inicios como en su trayectoria. Ha ocurrido siempre y pasa ahora por ejemplo con Cala, un futbolista abocado a luchar contra este incomprensible estigma y a demostrar más que el resto para hacerse con un puesto que desea más que nadie. El lebrijano personifica el compromiso, la casta, la pasión de defender un escudo que siente como cualquier sevillista de a pie. No se le ha regalado absolutamente nada, y cada paso al frente se lo ha trabajado a pulso merced a un espíritu encomiable.


Confieso que lo he criticado como el primero cuando ha fallado y que lo consideraba prescindible en este proyecto, mas Cala me ha proporcionado la satisfacción de cambiar la perspectiva y apreciar lo que puede aportar a este Sevilla. Porque aparte de narices y sentimiento, el central ha arañado credibilidad en cada oportunidad ofrecida por las lesiones y se ha afianzado atrás hasta el punto de convertirse en una de las opciones más fiables de Emery para la zaga. Escenario en el que no ha de influir para nada que se llame Juan y sea de Lebrija, lo que, por el contrario, debería ser un motivo de orgullo.
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