Lo llamaba después de los partidos a domicilio y me atendía en pleno viaje, en tiempos en los que el presidente del
Sevilla realizaba buena parte de los desplazamientos en coche. Eran mis primeros pasos como
periodista, en los albores del nuevo siglo, con el club refugiado en la trinchera para no dejarse arrastrar al infierno por la crisis deportiva y, sobre todo, económica que asolaba a la entidad.
Roberto Alés siempre respondía a las llamadas si la situación lo permitía, reflejo de su humildad, del inmenso trabajo oscuro con el que, piedra a piedra, fue reconstruyendo la identidad del Sevilla.
Asumió el cargo con la
responsabilidad de un corazón sevillista. Cuando los títulos no cabían ni en la imaginación. Cuando la supervivencia exigía decisiones difíciles e impopulares que a nadie le gusta tomar y que requerían la
coherencia y la
valentía suficientes para ejecutarlas, con el escudo como máxima prioridad, cómo única prioridad. Habrá quien le recuerde como el presidente de la economía de guerra, pero los que vivieron aquella época de desesperanza sevillista saben lo que realmente ha significado
Alés para la historia nervionense. Fue la llave para el cambio. El amanecer de un nuevo día para que pocos años después el club pudiera brillar con luz propia.
Con el dolor de su alma vendió a perlas de la cantera, pero sabía que era la única forma de cortar la soga que asfixiaba a la
entidad, y, con una gestión austera e inteligente, redujo la deuda y clavó profundamente los cimientos del
Sevilla de los títulos. En
Nervión se le debe mucho a
Don Roberto Alés y se ha tardado en reconocérselo, si bien él no accedió al cargo por el aplauso ni la fama, sino para trabajar sin descanso por su club.