He leído críticas sumamente destructivas contra
Rakitic. Ataques tan desproporcionados como desprovistos de memoria. E incluso algún improperio furtivo plagado de
insensatez y también de
ignorancia. Una corriente extendida por las redes sociales que, más allá de los insultos, merece mi respeto, pero que me cuesta comprender, porque se proyecta contra el símbolo del sevillismo en los últimos años. Contra un ejemplo de compromiso sobre el
césped. Contra un señor al que, pese a su sobrada clase, he visto correr más de medio campo para robar un balón en el 90' con la mayoría del equipo agotado.
Precisamente contra
Rakitic. Contra un tipo que ha defendido el escudo con un sentimiento indiscutible donde había que hacerlo y que, según cuentan los que realmente hablan con conocimiento de causa, ha sufrido con todo lo ocurrido estos días. Lo dice
Monchi, que el croata tiene la obsesión de despedirse de esa afición con la que ha conectado allende el límite de la profesionalidad. Se lo ha transmitido al club en repetidas ocasiones, porque le sale de dentro, porque lo necesita, porque ha vivido momentos tan maravillosos que no se pagan con dinero.
Ya dije que podría haber gestionado infinitamente mejor su marcha, que falló con su silencio ante una
renovación a falta de la
firma, pero, comparado con su estelar aportación al
Sevilla, se antoja una nimiedad que ha adquirido una magnitud desmesurada por el dolor de perderle.
Rakitic ha dejado una huella imborrable en
Nervión, con su magia, con su acento
suizo-croata-sevillano, con su entrega, con el punto gracioso de la tierra, con la imagen de la copa de la
Europa League elevada al cielo... Y se merece la despedida brindada a otros futbolistas que ya forman parte de la historia nervionense. Como él. Como el ‘Rubio’ de Pino Montano.