La mirada ojiplática de un niño mientras avanza por una calle iluminada de colores; el calor de la familia avivado por el carácter entrañable de una fiesta que donde realmente se vive es en el interior de cada uno; la ilusión de ilusionar a los tuyos, de robarles una sonrisa, de compartir con ellos una sensación que, como todas las que fluyen desde lo más profundo, no se acierta a explicar. Porque la Navidad, en su condición de sentimiento desnudo, se asemeja a la pasión por un escudo en que jamás se puede entender desde un prisma lógico, sino desde las propias vivencias y el sentir profundo de cada persona.
Es tiempo de recordar con sumo cariño y la inevitable melancolía a los que ya no están en nuestra mesa, y también de mirar al futuro con una colección de buenos deseos, de brindar por muchos más brindis, por el mañana en el que anhelamos despertarnos. Tiempo de esperanza, de plantearse nuevos retos con la complicidad del abrazo especial que nunca falta en estas fechas.
Una vorágine de sensaciones marcada en Heliópolis por una mezcolanza de ilusión renacida y de expectativas que permite a los béticos disfrutar de la Natividad con un horizonte diametralmente opuesto al del año pasado. En el Villamarín se comienza de nuevo al son de los villancicos y con el impulso tomado con un gran Merino, mientras que en Nervión se pedirá como mínimo continuar como ahora, prolongar las alegrías de un 2014 inolvidable. Y es que Betis y Sevilla tienen razones para gozar de esta festividad tan especial y afrontar con optimismo lo que está por llegar. Feliz Navidad por duplicado.
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