La grandeza reside en ocasiones en los pequeños detalles. En comportamientos que en ningún caso deberían de sorprendernos por su aparente lógica pero que resultan estrictamente necesarios ante la tendencia a desmitificar los valores. La
grandeza no se mide por las medidas urgentes ante situaciones desesperadas o como respuesta a un problema que ya se ha consumado, sino por aquellas que se toman por la convicción de su conveniencia o como prevención.
La
grandeza vive en la pasión del
derbi de las emociones y brotó ayer en una iniciativa conjunta que refleja lo que realmente significa la intersección futbolística que divide a esta ciudad pero que a su vez la mantiene unida. Porque el duelo cainita recorre las arterias de
Sevilla y la alimenta de una rivalidad sana que evidencia en cierto modo nuestra forma de entender la vida.
Sevilla y
Betis lo han escenificado con una exhibición de tino y coherencia. Juntos. Mostrando a los niños y al mundo la esencia de un
derbi que se experimenta desde dentro y en el que el respeto, el civismo, la cordialidad o la educación son naturalmente compatibles con el deseo de ganar al eterno rival.
Todo lo que sobrepase esta línea corresponde a aquellos que no entienden ni de colores ni de derbi, ni de nada que requiera sentido común, sólo de violencia.