El vaivén opinativo en la Sevilla futbolera alcanza, en ocasiones, un grado de surrealismo superlativo. Se funciona por impulsos, con argumentos con una fecha de caducidad demasiado prematura y expuestos siempre a un proceso de desmontaje prácticamente inmediato. El tiempo de transición entre pareceres se reduce a la mínima expresión y lo que se piensa en un momento determinado sufre una transformación vertiginosa ante cualquier contingencia. El dramatismo se desata más por inercia que por motivos y se decretan sentencias alejadas de la coherencia que pronto quedan en evidencia o tornan al instante en positivas si sopla el viento a favor.
El verano y el comienzo de la competición ha sido un ejemplo de esta tendencia al extremismo en Nervión y Heliópolis, con conclusiones de rápido consumo que obvian los matices de los análisis pausados y, sobre todo, que aún es pronto para lanzarlas sobre dos nuevos proyectos en fase de construcción. Y no se trata de aparcar la exigencia, sino de aplicarla al ritmo adecuado para que favorezca al equipo y no lo perjudique, siempre desde el prisma de una confianza que no debe ser eterna si no recibe recompensa pero sí al menos un punto de partida sobre el que levantar la base para devolverla con resultados. Monchi lo explicó a la perfección: "No pido paciencia, porque yo no la tengo; pido confianza". La palabra clave para volar...
Álvaro Palomo
