El procesamiento de una nueva filosofía precisa paciencia, porque la implantación de una idea requiere su tiempo y la asimilación de conceptos que difícilmente se aprecian sobre el césped de manera inmediata. Un proceso que, lógicamente, se resiente cuando las circunstancias obligan a una aceleración o a una utilización de los recursos que altere su curso, como ocurrió ayer en el
Ramón Sánchez-Pizjuán con la profunda remodelación realizada en el once por
Berizzo.
El técnico ha priorizado, con razón, asegurar la
Champions e introdujo hasta nueve cambios, lo que supuso un viraje muy brusco en pleno acoplamiento de las piezas. Reconstruyó el equipo y la identidad exhibida en Turquía, con control de balón y personalidad para medir los tiempos, cedió ante una circulación ausente de apoyos que derivaba en balones largo.
Sin
Banega,
N'Zonzi se hallaba solo, con un
Lasso voluntarioso pero sin experiencia aún, y un
Ganso difícil de encontrar por su constante posicionamiento equivocado. Este déficit propiciaba pérdidas en zona letal y un vacío entre líneas aprovechado por el
Espanyol. Uno de los errores costó el empate después de que el
Sevilla, que vivía de la precisión de los pases largos de
Sarabia y la impulsividad de
Navas, se adelantara en una acción a balón parado.
Ya en la reanudación, con la entrada de
Banega se percibió a un
Sevilla de Berizzo más reconocible, volcado en la banda diestra de
Navas y mayor criterio en el movimiento de balón.
Ganso se dejó ver con el argentino al lado, pero la expulsión del rosarino terminó con el impulso que él mismo había brindado junto al palaciego.