Montella propuso un Sevilla con un patrón tan definido como trabajado a lo largo de 15 días, con las ideas sumamente claras y la ejecución interiorizada con y sin balón a partir de una presión adelantada para recuperar lo más cerca posible de Ter Stegen. Una vez superada esta línea por el Barça, los nervionenses realizaban repliegues ordenados, siempre con velocidad y capacidad para minimizar los espacios a sus espaldas, cerrando las líneas de pase merced a las coberturas y las ayudas que llegaban desde los costados.
Sólo sufría cuando el Barcelona la abría con velocidad, sobre todo por el perfil diestro del Sevilla, precisamente la vía por la que más percutió en base a la consigna de salir con verticalidad cuando robaba el esférico. El equipo interpretó a la perfección lo que quería su técnico, y con Nzonzi o Banega de lanzaderas y los extremos de percutores, se plantaba en los aledaños del meta alemán con pocos toques: si era por la derecha, Navas profundizaba y templaba centros medidos; mientras que, por la izquierda, Correa intentaba diagonales o unos contra uno para después asistir, como en el 1-0.
El Sevilla sabía lo que quería y cómo lo quería, apoyado en la omnipresencia de Nzonzi, el criterio de Banega y la calma que aporta el 'Mudo', un 'mago' para devolver el control cuando se necesita o para abrir espacios. Sobre esta base, se defendió sin apenas fisuras y generó contragolpes de manual en los que faltó definición para haber coronado su excelso partido con una goleada, pero tanto perdonó que en la recta final el Barcelona tiró de orgullo y de Messi para arañar un punto y alejar al Sevilla de una perfección que rozó.
Álvaro Palomo
