El
Betis llegaba al
derbi con poco que perder y mucho que ganar. Perder en el
Sánchez Pizjuán, ante una plantilla "tres pasos por encima" de la suya, entraba dentro de lo aceptable. No obstante, llegar a Nervión ya salvado restaba todo el dramatismo posible a una derrota y liberaba en teoría a los de
Merino para buscar compensar a su afición y tratar de llevarse el primero de los cuatro derbis de la presente temporada.
El
Sevilla llegaba al derbi con poco que ganar y con mucho que perder. Estaba en su peor racha del curso (un punto de los últimos 15 posibles). Su superioridad en los tres duelos anteriores contra su eterno rival había sido tan evidente que, para la afición local, caer en casa sería un fracaso. Así, puede decirse que, desde ese prisma, ganar era lo lógico y perder, además de una decepción, era cortar el rollo de cara a las 'semis' del jueves y a la lucha liguera por las plazas europeas.
Por eso, puede concluirse que del encuentro de ayer salieron un técnico que supo salvar muy bien su papeleta, como fue
Unai Emery, y uno que no supo aprovechar la
entrevista de trabajo a la que había sido citado en terreno hostil, en el fortín de su eterno rival. Y es que Merino se jugaba ayer algo más que tres puntos que no necesitaba ya para conseguir el objetivo innegociable de la permanencia en Primera división.
Merino ha hecho un
trabajo intachable, pero su bajo perfil mediático le exigía una buena guinda. En este derbi debía mostrar credenciales y presentar su candidatura para entrenar al
Betis 16/17. Sin embargo, pese a que con la posición de Bruno y una presión adelanta al inicio demostró haber estudiado, perdió la batalla táctica y fue incapaz de quitarle a su equipo la mochila de los complejos.
No fue capaz de disparar a puerta ni de mejorar la imagen de los otros tres derbis.