El
Girona apenas ha cambiado en los últimos tres años y medio largos. En concreto,
Pablo Machín apostó por un 1-5-3-2 en
El Molinón para obrar una reacción que, entonces (23-03-2014), no se produjo (derrota por 3-1), aunque las sensaciones fueron positivas.
La jornada siguiente, contra el
Hércules, los catalanes volvieron puntualmente al 1-4-4-2, aunque la apuesta por tres centrales y dos carrileros se convertiría en una tónica a partir de la semana posterior. Y, así, hasta ahora. Con ligeros matices, especialmente con el salto a
Primera, que exigió al míster soriano la realización de varios ajustes hasta encontrar un bloque con mayor empaque y menor distancia entre líneas.
El ideario, lógicamente, resulta más justificado si cabe en la elite, donde el
Girona ha de encomendarse las más de las veces a intentar minimizar el daño para tratar de 'rascar' algo positivo. Con el paso de las entregas, los blanquirrojos han ganado en competitividad y solvencia, a menudo con el contragolpe y el balón parado como armas principales.
Y es que
Portu y
Borja García, auxiliados por la subida de los carrileros, hacen daño a menudo, al tiempo que Stuani fija bien a las defensas rivales. En
Montilivi están más sueltos, en parte por la eficaz gestión de los espacios, pero no se arrugan con espacios, ya que se trata de un equipo abnegado en el esfuerzo y solidario en las coberturas.
El 1-3-4-2-1 se ha afianzado en las últimas semanas como el esquema de los gerundenses, que sufren por su escaso fondo de armario.