Abelardo ha rescatado del abismo al Alavés en base al patrón del que carecía con
Zubeldía y
De Biasi. No ha inventado nada pero ha dotado de coherencia a un equipo que precisaba de una idea definida sobre la que proyectar sus virtudes. El técnico asturiano inició la reconstrucción desde atrás, con la cohesión de las líneas para minimizar los espacios y ganar en solidez, clave para frenar la sangría a sus espaldas y sentar las bases de una resurrección que ya es un hecho.
Con el 1-4-4-2 como sistema fetiche, los ‘babazorros’ se sostienen sobre un doble pivote de corte defensivo, corpulento y arropado por la solidaridad del resto del equipo, siempre muy comprimido para que se juegue en una zona reducida, ya sea con una presión adelantada o con el equipo replegado en su campo, pero en todo momento sin separarse, con basculaciones coordinadas. Y es que su propuesta en ataque parte precisamente de esta armonía en la contención, para robar y salir rápido a la contra, amparado en su velocidad por banda con
Pedraza o de
Munir, con confianza y facilidad para aparecer a la espasldas de la defensa rival. Además, la presencia de Guidetti arriba le permite jugar en largo para que baje balones o ejerza de pantalla para la llegada desde atrás de jugadores como
Ibai, que parte de banda pero tiende al centro para rentabilizar su visión en el pase o su poderosa pegada.
Sin grandes virtudes,
este Alavés maximiza lo que tiene y propone una batalla en la que sabe desenvolverse con sus armas.