Denunciaba
Calderón en la previa, temeroso, que existía en la ciudad un ambiente favorable a los intereses del
Sevilla, que parecía que el claro 0-2 de la ida beneficiaba más, contradictoriamente, a su rival que al propio Betis. En Nervión se había creado, desde el final del partido ante el Valladolid, un ambiente de remontada, mientras que en
Heliópolis se entendía que la ventaja era suficiente como para no hacer campaña alguna. Ello, sin embargo, acabó incidiendo en el estado de ánimo de cada uno: el visitante creía y el local recelaba. También su afición, que comenzaba a mirar al cielo, buscando ayuda divina, demasiado pronto.
Pese a que no deja de ser un añadido más, el aspecto psicológico tiene una elevada trascendencia en el fútbol. En Heliópolis lo fue al principio, con un Sevilla envalentonado, y acabó siéndolo al final, en el momento decisivo, cuando el miedo traicionó a Nono.
En lo táctico sí le ganó Calderón a
Emery, al que le ganan casi siempre, por cierto. En cuanto el técnico bético se percató de que
N´Diaye debía jugar de mediocentro, y no de central, el partido se decantó del lado verdiblanco. Debió recordar Calderón, quizás, que el Sevilla sólo sabe hacer daño a la contra y que dejarle espacios podría ser mortal.
Bacca le castigó tras una genial acción de
Marin y otra asistencia de Alberto, que volvió a ser el que propició que su nombre apareciera en las agendas de los grandes clubes de Europa. La prórroga sólo fue un intermedio hasta los penaltis: ambos estaban muertos.
Pasó el Sevilla, aunque no merecía caer ninguno. El mejor derbi del mundo nos dejó una eliminatoria inigualable.
Estadio Deportivo
