Las dinámicas lo son todo en el fútbol. Tanto es así que un borrón, un tropiezo, especialmente cuando llegó siguiendo la senda marcada, no afecta a la línea de flotación, sino que reafirma la idea.
La ovación con la que, pese al 3-6 final, despidió el Villamarín al Betis ante el Valencia, por el mero hecho de no bajar nunca los brazos, ratifica la comunión equipo-afición y permite que el viento siga soplando de cola. Esa inercia lleva más lejos que las dudas, la desunión y los cambios.
En Heliópolis, todo es fe, confianza en un estilo y en una plantilla que está llamada a marcar una época a poco que se lo proponga. Ante el Alavés, por una vez, ganó sin ser netamente superior a su rival, tirando de efectividad, concentración y esa pizca de suerte que acompaña a los grandes. Ganó porque tocaba. Como un día más en la oficina.
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