Aseguraban los jugadores del
Formentera tras el encuentro de ida que los del
Sevilla "iban como aviones". Y ayer no fue menos. Fue el modo que tuvieron
Sampaoli y los suyos de respetar una competición que a buen seguro sería mucho más interesante si los modestos tuvieran la posibilidad de quemar todas sus naves a partido único ante su afición.
Debates al margen, el técnico argentino pidió a los suyos
compromiso y
profesionalidad y estos respondieron a pie juntillas. Su alineación ya dejaba entrever que los nervionenses querían recompensar a sus aficionados con un buen partido. Y aun lejísimos del tope de intensidad que este equipo puede poner, el resultado no fue otro que una goleada de escándalo que sirve para despedir el año con un sabor muy dulce.
Cuando hay tanta diferencia entre ambos equipos y uno de ellos te hace nueve goles, y gracias, se antoja difícil realizar un análisis. Pero
Sampaoli seguro que sacó muchas y positivas lecturas. Volvió a jugar con dos puntas, que respondieron con creces, y probó de nuevo con
Kranevitter en una zaga de tres centrales, confirmando que Sarabia es más que válido como carrilero y probando también en esa posición, tan huérfana de relevos, a un Correa que estuvo mermado físicamente.
Con esos mimbres, el
Sevilla tenía el control absoluto del partido, vivía en campo contrario y en cuanto apretaba, en los últimos 20 metros, desarbolaba por completo a su rival con velocidad y pegada. Un
Formentera que se animó algo en el segundo acto, cuando los blanquirrojos ya habían levantado el pie.