Pinta muy feo este
Sevilla. Podrá decir su entrenador que cada vez que les llegan, les meten. Y también podrá argumentar que sus jugadores, en cambio, no le cuelan un gol al arco iris. Pero achacar todo eso a la mala suerte...
Viendo el juego de su
Sevilla está claro que hay mucho más de trasfondo. Porque aún no se sabe a qué quiere jugar
Berizzo. Pretende tener la pelota y vivir en campo rival, pero esa exposición al adversario la paga con una endeblez defensiva alarmante. Encajar nueve goles en dos partidos y todos a la contra lo dice todo. Y eso que en un arranque de locura, el
Sevilla respondía a los golpes de su rival y parecía tener controlada la situación pese a las ocasiones concedidas en ese intercambio de golpes.
Sin embargo, con el paso de los minutos, el cuadro nervionense encontraba cada vez más dificultades para salir y golpear. Ni conectaba por dentro con
Banega y el
'Mudo', ni en los costados aportaban alternativa alguna
Navas y
Nolito. Vaya partido de los cuatro... Y así, sufriendo cada vez más en los laterales, especialmente
Escudero con el empuje de
Carlos Soler, el Valencia fue imponiendo poco a poco su mayor ímpetu, llegando con demasiada facilidad a la contra, como el
Spartak en la negra noche de Moscú.
En gran medida, por la falta de una presión sevillista en bloque. Un paso atrás que
Guedes castigó, otra vez al borde del descanso, con un auténtico golazo. Y tras el receso, el desastre. Aunque mejoró con
Sarabia y aún rondó varias veces el gol con 0-2, este
Sevilla no domina las áreas y lo que es más preocupante, tiene los brazos bajados. Pinta muy feo.