Navas, Puerta, gol; Alves, Palop, gol; Coke, Fazio, M’Bia, gol. Tres años, tres momentos, tres goles históricos para el
Sevilla y el mismo sentimiento de
lucha y
sacrificio. 10 de mayo de 2006, Philips Stadium,
Eindhoven; 16 de mayo de 2007, Hampden Park,
Glasgow; y ahora, 14 de mayo de 2014, Juventus Stadium,
Turín. El sevillista guarda con mimo los recuerdos de las dos primeras. Siete años después, los revivirá.
Más allá del resultado que se de ese día, los sevillistas se levantarán el día 14 con ese olorcillo a
final, a
final europea, de esas en las que miras el
reloj cada dos por tres esperando el pitido inicial; de esas en las que sientes el
cosquilleo por la tripa cuando ves a los jugadores escuchando el himno y sabes que toda
Europa les mira; esa final que jugará tu equipo, otra vez. Tan cerca y a la vez tan lejos de la gloria. Ilusión y temor. Ganar o perder.
El camino ya puede ser llano o estar repleto de obstáculos, que nadie se acordará del perdedor. ¿Quién recuerda cómo llegaron
Middlesbrough o
Espanyol a aquellas finales? Sin embargo, el campeón será
eterno, será
inmortal.
Turín espera:
Sevilla o
Benfica. Sólo uno podrá saborear las mieles del éxito y festejar con su hinchada; para otro quedará el llanto y la amargura. Así es el
fútbol, así de bonito y de cruel a la vez.
Si no que se lo pregunten a los ches, que se veían en
Turín hasta que apareció
M’Bia para saltar más que nadie y hacer creíble lo
increíble. La suerte del campeón lo llaman algunos, la flor en el culo otros. Lo cierto y verdad es que este
Sevilla se ha plantado en la final haciendo sólo un partido bueno en cada eliminatoria, le ha bastado con 90 de los 180 minutos en cada cruce para llegar a
Turín. ¿Qué
Sevilla veremos allí...? Tú dirás,
Emery.