El empresario
José María Ruiz Mateos, máximo accionista del
Rayo entre 1991 y 2011, guió al conjunto madrileño al sueño europeo con una participación histórica en la
Copa de la UEFA que sería la antesala a siete años de oscurantismo y penuria que a punto hicieron desaparecer la entidad.
El empresario andaluz, protagonista de momentos tan memorables y surrealistas como su entrada a un juzgado vestido de
Supermán o el
puñetazo en la
cabeza que propinó al que fuera ministro de Economía y Hacienda,
Miguel Boyer, al que responsabilizó de la expropiación de
Rumasa, decidió regresar a la vida pública en 1991 por la puerta grande.
Lo hizo, tras un tiempo en la cárcel por evasión de divisas, fraude y apropiación indebida, adentrándose en el mundo del fútbol con el
Rayo Vallecano, club en el que aprovechó su conversión a
Sociedad Anónima Deportiva para comprar la mayor parte de las acciones en un tiempo de crisis económica.
Su primer golpe de efecto fue con
José Antonio Camacho, que llegó al club en febrero de 1992 y desde el banquillo lideró al equipo para ascender a Primera División.
Aparte de la aportación económica que hizo al club, el carisma y sus dotes por ganarse al personal convirtieron en poco tiempo a
Ruiz Mateos en un personaje querido por la afición de
Vallecas. Para el recuerdo queda aquel anuncio en clave de parodia que protagonizó vestido de jugador del Rayo en el que le tiraba un penalti a
Miguel Boyer.
En 1994
José María decidió dar un paso atrás y, aunque siguió siendo el máximo accionista, su mujer,
María Teresa Rivero, se convirtió en la presidenta hasta 2011.
El periodo más exitoso de su gestión en la sombra, bajo la dirección de su mujer, llegó en la temporada 1999/2000, cuando el equipo fue líder de la
Liga española durante cuatro jornadas y a final de campaña logró una invitación para participar en la
Copa de la UEFA al ser el equipo con menos amonestaciones de Europa.
En la temporada 2000/2001 el
Rayo paseó el nombre de Vallecas por Europa. Durante su participación en UEFA eliminó al
Constelació de Andorra, al
Molde sueco, el
Viborg danés, el
Lokomotiv de Moscú ruso y el
Girondins de Burdeos francés, hasta que el
Alavés lo apeó en cuartos de final.
Para entonces, ya era normal ver a la presidenta darse los mismos baños de masas desde el palco que los que recibía su marido durante los primeros años noventa, cuando llegó a salir en alguna ocasión rodeado de
azafatas regalando balones al público.
La participación europea sería el cenit del
Rayo a nivel deportivo. La masa social siguió creciendo bajo la gestión de la familia
Ruiz Mateos hasta superar los once mil abonados en 2002 y permitir el cambio de nombre del campo en 2004, que pasó a llamarse
Estadio Teresa Rivero.
A partir de ese momento, el
Rayo, que habitualmente lucía en su camiseta publicidad de las otras empresas de
Ruiz Mateos, entró en una caída sin freno que lo llevó a penar por Segunda B durante cuatro años y otros tres más en Segunda, hasta el retorno a Primera en 2011 de la mano del técnico
José Ramón Sandoval.
Entre medias, el imperio empresarial y mediático de
Ruiz Mateos se fue desmantelando a marchas forzadas hasta el punto que en febrero de 2011, en plena crisis económica, el
Rayo fue una de las diez empresas de la familia que se acogió a la
Ley Concursal.
Los problemas económicos afectaron al equipo y fue entonces cuando la afición salió al rescate del equipo creando una 'Fila 0' para que la gente pudiera hacer donativos y comprar camisetas con el objetivo de pagar a los jugadores y trabajadores del club.
El descontento fue tan notorio que la afición mostró su repulsa a la gestión de
Ruiz Mateos durante los partidos, se llegaron a arrancar las letras de
Teresa Rivero del estadio y un tifo de los
Bukaneros saltó a todos los medios de comunicación por imitar el cartel de la película 'El Padrino' con las letras de "La familia" junto al retrato de
José María Ruiz-Mateos.
Ese fue el desagradable final de
Ruiz Mateos, esposa e hijos a su gestión en el
Rayo Vallecano. El carpetazo final a esa etapa se produjo en mayo de 2011 con la llegada de un nuevo máximo accionista, el joven empresario
Raúl Martín Presa, que ha devuelto la ilusión al club madrileño.