Tras la derrota ante el Betis y la imagen ofrecida en la vuelta de Copa, se esperaba una viraje sevillista en Mendizorroza, pero el equipo de Montella sigue en caída libre y sin visos de mejoría en el horizonte. Atrás inseguro, especialmente Mercado, demasiado exigido por Pedraza; en el medio, sin Nzonzi y con la pareja Pizarro-Geis tratando de sostener al equipo, tremendamente espeso, con un Banega impotente que cometía errores impropios de su calidad; y arriba, sin capacidad para sorprender, lento, anodino, previsible.
Puede que consciente de esos nervios que atenazan a la plantilla, Montella diera instrucciones de buscar un fútbol más directo, pero ese intento se tradujo en precipitación, imprecisión y constantes pérdidas de balones en la salida. El control de la pelota -el Alavés se sentía más cómodo sin ella-, no se tradujo jamás en una superioridad manifiesta y mucho menos en ocasiones. Y si a todo esto le sumas una alarmante falta de intensidad, te da como resultado un Sevilla con encefalograma plano, que apenas genera peligro y que ha bajado los brazos.
No mejoró el panorama tras el paso por los vestuario, más bien al contrario. El gol del Alavés certificó que el equipo no tiene capacidad para reaccionar. La solución de Montella fue retrasar a Banega y dar entrada a Sarabia, para terminar como en el derbi, con dos delanteros y el argentino en el doble pivote. Ni el arreón final del Sevilla, que lo intentó con más corazón que cabeza en los estertores del partido, maquilló el pésimo encuentro de un equipo que sigue arrastrándose.
Isabel Morales
