Lo advertía con amargura
Pepe Mel tras el partido ante el
Mirandés y el día a día le da la razón. No hay semana tranquila en el
Betis. En ésta, los juzgados se anteponen al fútbol en una entidad judicializada por los cuatro costados. En la anterior, los cánticos machistas contra la expareja de
Rubén Castro protagonizaron, incluso, portadas deportivas en televisiones nacionales. Otro día salta a la luz pública la multa por exceso de velocidad de
N'Diaye, asunto tan incómodo como la imputación de
Xavi Torres y
Héctor Rodas, llamados a declarar por el presunto amaño del
Levante-Zaragoza.
Los jugadores son, antes que futbolistas, personas. Jóvenes en muchos casos que, aun cubriéndose con capas de profesionalidad, no siempre logran abstraerse de un entorno hostil, de situaciones -colectivas o individuales- que alteran la estabilidad emocional.
De los presumibles aspirantes al ascenso directo, el
Betis es el que vive inmerso en un ambiente más convulso.
Las Palmas,
Valladolid,
Girona o
Sporting buscan la Primera división sin polémicas que les altere el sueño, y si alguna les toca, en ningún caso alcanza el impacto mediático que, por historia y por afición, genera el
Betis.
Mel conoce el remedio porque ya ha convivido con males similares. Aislar a su plantel del ruido externo y enviar un mensaje inequívoco a los suyos:
sólo fútbol. Pulir defectos, mejorar el rendimiento de futbolistas franquicia, aprovechar fortalezas propias y las debilidades del rival, ganarse el respeto y el apoyo de la grada con sacrificio y buen juego. Tan simple y tan complejo: bunkerizar el vestuario.