Monchi sabe cómo siente el sevillismo. Vive atento a la calle, escucha las voces críticas, participa y bebe en las redes sociales, y toma el pulso con escaso margen de error a las sensaciones de la grada. Sabe que la afición anda despistada, apagada, pendiente de los buenos fichajes que le reclaman y sin dar prioridad en sus vidas ajetreadas a la semifinal que el
Sevilla disputa mañana. Otra
semifinal. Se dice pronto porque se pierde la perspectiva, el sabor, entre tanto paladar malacostumbrado a lo exquisito.
Ayer
Monchi tomó la palabra tras la presentación de
Fazio y dio un pellizco en el alma a los sevillistas para activarles el recuerdo del cosquilleo en la barriga, esos inolvidables días de tantos partidos importantes en la última década. Quitó a 'los suyos' los fichajes de la cabeza, les tranquilizó en la complicada pero previsible continuidad de
Banega, "porque él quiere quedarse y el club quiere que se quede", y les despertó las conciencias apelando a la ilusión y a los nervios que se perciben en Vigo, las mismas sensaciones disfrutadas por los sevillistas en las 12 últimas finales que ha disputado un club sevillano, todas el Sevilla -dijo-.
¿Dardito implícito al
Betis? Se intuye, pero su verdadera intención es otra.
Monchi recuerda a su afición la dificultad que entraña alcanzar una final; el valor que deben darle a una semifinal, independientemente del nombre del rival, un gran
Celta, en este caso. Apela a la oportunidad histórica de levantar otra Copa que puede marcharse por no llenar Nervión de esa magia capaz de llevar al equipo en volandas por siempre a ganar. Conecta, otra vez, con el sevillismo. Sus mensajes podría tomarlos prestados el departamento de marketing. Tiene ese don, ese natural toque de genialidad que no sólo saca a relucir en la dirección deportiva. Ficha como el mejor y, cuando el club lo necesita, le sale una segunda, original e intuitiva virtud: su capacidad para activar el sentimiento sevillista.
Joaquín Adorna
