Se estrenó
Ricky como goleador en el Betis. En la jornada 34, con la temporada dando sus últimas bocanadas, el primer gol de
Van Wolsfwinkel. Un buen gol. Un buen control y una buena definición. El holandés lo encontró, aunque quien realmente lo mereció fue el de siempre, Rubén, porque fue de los pocos que dignificaron un pseudo-partido con tintes de bolo de verano en plena primavera.
Rubén Castro nunca decepciona.
Y si a su innegable calidad le añade el deseo de seguir rompiendo récords, las ganas de igualar y superar los 18 tantos de su mejor temporada en Primera división, sólo cabe rendirse a la evidencia y dedicarle palabras de elogio. Le anularon un gol en un justo fuera de juego, a punto estuvo de marcar de cabeza en un buen centro de
Joaquín -otro que mereció aplausos por su esfuerzo y su honradez- y dibujó una mágica vaselina con posterior remate en el que tampoco encontró el premio que mereció. Un gol que da una victoria crucial que todo lo tapa porque el
Betis ya suma 41 puntos, se instala en la zona media de la tabla y, a la espera de lo que hoy haga el
Sevilla ante el
Sporting, se ha colocado a 8 puntos de su eterno rival, al que se enfrenta el próximo domingo con la salvación virtualmente lograda.
Lo celebró la afición, lógico. Pero ningún bético debería ponerse la venda en los ojos porque anoche, en muchos momentos, los aficionados lamentaron el esfuerzo para presenciar un pasteleo que olía a empate muchas horas antes de la hora menos en Canarias. Un pésimo espectáculo, una falta de respeto en algunos momentos a quienes pagaron una entrada. Meritorio, muy meritorio el trabajo de
Juan Merino, porque ha heredado un equipo muy mal construido por
Eduardo Macià, pero mal harían quienes gobiernan negando la evidencia. Otro mal partido de un Betis que tiene muy pocos futbolistas con calidad y que tendrá mucho que cambiar para construir una plantilla que ilusione y pueda competir con garantías en Primera división.
Otro encuentro en el que el
Betis parecía jugar como visitante, dominado toda la primera mitad por un rival que también parecía calzar 'chanclas', exactamente hasta que se quedó en inferior numérica. Tan poco tuvieron para llevarse a la boca, que se aferraron en más de una ocasión al manido y desesperado grito del 'échale huevos', y que ovacionaron la entrada de
Musonda, un hilo de esperanza en busca de la diversión que sólo encontraron en la recta final con el gol de
Ricky. Un gol que transformó el lamento en gozo, que endulzó la amargura, pero que no debe cegar ni a los béticos, ni a quienes deben dar un giro radical al proyecto deportivo para ponerlo, como ya se ha escrito millones de veces, a la altura de la afición.