Lo dijo Merino tras el partido: "El Sevilla está uno, dos o tres pasos por encima del Betis en estos momentos". Le honra reconocerlo y no debe interpretarse como derrotismo o falta de ambición, más bien todo lo contrario. Desde ese punto de humildad puede llegar el crecimiento, porque es obvio que en los últimos años el Sevilla ha ido dando pasos -en sus estructuras como club y en el nivel de sus fichajes- que le colocan en un escalón superior al Betis. Ni siquiera las dinámicas sirvieron para invertir el dominio sevillista en el cuarto derbi de la temporada, con un doloroso global de 8-0. El Sevilla tiene jugadores de más calidad, que compiten a un gran nivel, que soportan la presión y se crecen en la adversidad, que ponen –cuando menos- la misma intensidad que su oponente; y tiene un técnico que hace matemático lo que sobre el papel es pura teoría, que lleva el fútbol a donde quiere: pone los medios para no dejarlo fluir camino de alguna inesperada o desagradable sorpresa.
El Sevilla sacó a relucir todas las virtudes que le han llevado a una final de Copa y a las semifinales de la Europa League. No ganó a medio gas, ni muchísimo menos. Compitió de diez, pero tuvo que competir muy bien para destapar las carencias de un Betis sólido y muy digno que manejó sus armas, que dio la cara y que tiene un amplio margen de mejora en su plantel. En los pequeños detalles de jugadores 'clase A' -versión Bilardo- se desnivela la balanza: la calidad de N´Zonzi para fabricar el 1-0 y la definición de Gameiro; el zapatazo con el alma de Coke, golazo inolvidable; la clase de Banega, Reyes y Konoplyanka; la vuelta del mejor Krychowiak y del 'jefe' Carriço? Un Sevilla hecho frente a un Betis con mucho por hacer. Un buen derbi con un buen árbitro que estuvo mal. Otra vez insalvable el indudable escalón deportivo e institucional que separa a ambos clubes.
Joaquín Adorna
