La enésima vuelta de tuerca al nuevo destino del Betis parece que coge rosca, aunque realmente la foto actual es parecida a la del año anterior. En mayo ya estaba Macià trabajando para el Betis, Ollero había dado sensatez y estabilidad a la presidencia, y Mel parecía el hombre idóneo para repetir, con mejores bases, los éxitos de su primera etapa. Nada encajó. Al proyecto lo mató la permisividad de Mel, los métodos de trabajo de Macià y los egos en el palco. Otra vez, con tiempo suficiente, hay director deportivo, entrenador y una doble voz cantante (Haro y Catalán). No hace falta más para poner los cimientos de un Betis fácilmente mejorable en el aspecto institucional y, sobre todo, deportivo. Torrecilla ha marcado el camino: valentía, eficacia y prisas sin precipitación, porque hay mucho que ´desfichar´, según sus propias palabras, y porque los béticos quieren hechos concretos cuanto antes. En su primera decisión ha dado un interesante golpe de efecto.
A muy pocos béticos les gustaba el nombre de Gustavo Poyet, a quien, sin embargo, le avalan factores independientes que Torrecilla maneja, que muchos desconocemos y que nada tienen que ver con interesados entornos: su currículum, su carácter competitivo y buenas referencias de gente que ha trabajado con él. Macià no tuvo la suerte de poder elegir técnico, pieza clave porque será quien haga buenos o malos a los jugadores fichados, aunque su adiós no es achacable a esta circunstancia. Poyet llega, además, con un genio como preparador físico: Marcos Álvarez. Trabajador, discreto, concienzudo y de reconocido prestigio mundial. Con título de entrenador y con capacidad para aportar, con la humildad que le caracteriza, alguna pincelada a la pizarra del uruguayo. Sus años de experiencia junto a Juande Ramos también respaldan su exitosa carrera. Cómo acabará el nuevo Betis es una eterna incógnita, porque llueve sobre mojado, pero también es eterna la esperanza por encontrar el camino adecuado y, esta vez -otra vez- se intuye luz verde en el horizonte.
Joaquín Adorna
