Habrá otras, y quizás no las veamos, porque muchos años tienen que pasar para que algún club repita en la
Europa League lo que el
Sevilla ha logrado en una década inolvidable. El
Liverpool, sin ir más lejos, ha tardado once temporadas en aspirar a ganar de nuevo un título europeo. Otra vez la Copa al cielo de una ciudad europea,
Basilea, en la que Sevilla, y los sevillanos, han dejado su huella, y que quedará en la memoria de todos los sevillistas, como quedaron
Eindhoven -donde todo empezó-,
Glasgow,
Turín y
Varsovia.
Otra vez los abrazos entre sevillistas que ya no se frotan los ojos. Ya se lo creen, lo viven con intensidad y se recrean directamente en el sabor de la gloria. Se cierra el círculo de la mejor de las maneras posibles. Frente a un rival imponente por su historia y remontándole un partido que parecía destinado a no tener literatura. Una final que tuvo acento inglés -tres cuartos del
St. Jakob Park lo ocuparon los 'Reds'-, pero en la que volvió a ganar un Rey que se negó a compartir su corona -el Liverpool le habría igualado con cuatro títulos- y que se llevó a casa el metal para siempre, simbólicamente al menos. El Sevilla volverá a jugar la
Champions League -ingresos para seguir creciendo-; jugará la
Supercopa de Europa -frente a Atlético o Real Madrid-, aún le queda la final de la
Copa del Rey -una fiesta de regalo para su afición-, pero el mayor premio sólo se puede evaluar midiéndolo a través del tiempo: conquistar la gloria eternamente.
Quienes no conocen al
Sevilla lo habían enterrado tras los primeros cuarenta y cinco minutos, en los que el
Liverpool marcó y tuvo hasta cinco ocasiones para ampliar su ventaja, además de un gol justamente anulado y de dos posibles penaltis por manos de
Carriço y
Krychowiak. Pero mil veces escrito está: el Sevilla nunca se rinde, el
Sevilla siempre mata antes de morir. Siempre se aferra a la épica, a la hazaña, a los retos imposibles. Unai inyectó sus magistrales lecciones en el vestuario, y el equipo hizo el resto en una segunda parte para enmarcar. Se puso el traje de armadura, se lanzó a la reconquista y remontó con el apoyo de la grada en una fase en la que
Gameiro, primero, y
Coke, después, certificaron con sus goles otra noche histórica e inolvidable.
Habría que haberse sentido orgullosos del
Sevilla en cualquier caso, porque está escribiendo con letras de oro una historia al alcance de muy pocos clubes, ni siquiera de clubes poderosos; porque, por momentos, acomplejó a las huestes de
Klopp. Ya no hay dudas. La conexión mágica con la
Europe League vivió anoche su enésimo capítulo en un escenario precioso en su interior en el que los sevillistas dieron una lección de animación.
Fue, además, la final de un hombre cuyo nombre (Coke) lleva a la mente de los ingleses una refrescante bebida, pero en el que los sevillistas ven a un capitán que pone el alma en cada acción y que anoche se ganó el honor de ser nominado mejor jugador de la final. El Sevilla cierra el círculo. Vino a por la 'Quinta', y aquella primera que se ganó en el campo del PSV... 'Pa Sevilla Va'. Esta vez, para siempre. Para vivir, soñar y dormir eternamente en Nervión. Aunque no sea físicamente, sí de corazón.