Un tiempo para cada equipo. Magnífico el
Betis en el primer acto. Cuarenta y cinco minutos que dieron a los de
Victor para dominar a su eterno rival, para generar hasta cinco ocasiones claras de gol y para marcar un tanto a balón parado, el de
Durmisi, en el que la barrera dejó 'vendido' a
Sergio Rico. Un primer tiempo en el que Victor ganó la partida táctica a
Sampaoli, quien se equivocó en el once inicial y tardó 45 minutos en cerrar la vía abierta en la derecha, con
Sarabia otra vez como lateral y Durmisi haciendo travesuras por la banda izquierda.
Las 65 horas de descanso se notaron en las piernas de un
Sevilla que quiso llevar el
derbi a un partido normal, a una cita en la que sumar con el mínimo esfuerzo para seguir en "la punta" -Sampaoli dixit- de la tabla. El Sevilla actuó como el torero que se siente superior y que afronta una tarde marcada en rojo en el calendario de todos los sevillistas con la intención de realizar una faena más o menos aseada matando con algún estocazo a su enemigo. Imposible ganar sin arrimase ni una sola vez a la meta de
Adán. Los méritos, del
Betis. Las carencias competitivas en la primera mitad, del Sevilla.
Ni un solo disparo a puerta por cinco de un
Betis que dejó vivo a un equipo que nunca se rinde. Andando es imposible ganar un partido en Primera división. Un ridículo golpeo de
Mercado a la grada y pare usted de contar. Las diferencias en la clasificación, de presupuesto, de calidad, quedaron anuladas por un Betis con ganas de agradar a los suyos y de regalarles un triunfo en casa ante el
Sevilla diez años después. Lo tuvo entre las cuerdas pero no remató la faena.
En la reanudación
Sampaoli tiró de su mágica libreta. Dos cambios oportunos y una mentalidad diferente.
Sarabia, amonestado, y el
'Mudo' Vázquez, desaparecido en combate, se quedaron en la caseta.
Ben Yedder e
Iborra, crucial su protagonismo, cambiaron la dinámica del partido y el estado de ánimo de una afición que se desconectó a las primeras de cambio. Se apagó el estadio casi antes de empezar a rodar el balón. Se desenchufaron, sin realmente saber por qué, las luces que daban colorido a la feria.
En un estadio sin sevillistas se vino abajo el espíritu bético. Sin contratiempos que lo justificaran. Tal vez la soledad de
Ceballos tirando del carro, su cansancio, contagió al resto. Y la reacción tardía de
Víctor. Casi media hora tardó el técnico en cambiar piezas y leer el evidente giro que había dado el partido. Sampaoli cambió de banda a
Vitolo, retrasó a
Jovetic, mucho más dañino en su nueva posición, e
Iborra impuso su jerarquía. La participación del capitán, a quien se echó en falta en el once inicial, resultó determinante.
Impregnó al
Sevilla de agresividad, mejoró a
N'Zonzi y el lento tempo marcado por
Nasri empezaba a causar efecto. También los certeros golpeos del genial futbolista ayudaron a dar la vuelta al marcador a balón parado. El Sevilla de la posesión tiene otras muchas formas para ganar un partido.
Iborra participó en los dos goles. En el empate remató solo ante Adán, a quien también dejaron 'vendido' sus compañeros para que
Mercado tuviera otra vez su momento de gloria en el segundo derbi de la temporada -suyo fue el gol en el 1-0 del Sánchez-Pizjuán-; y marcó el 1-2 en un tanto que no debió subir al marcador por la posición ilegal de
N'Zonzi en el primer remate.
El
Betis no rompe la dinámica ganadora del
Sevilla, y pudo hacerlo. Su temporada se desvanece caminando al fracaso. El
Sevilla gana un partido que debió acabar en empate y se instala como colíder de la
Liga. La felicidad se ha instalado en el barrio de
Nervión y no cambia de acera, entre otras razones, porque los béticos han dejado de creer, se han quedado sin fe. En el primer tiempo se rompieron las distancias pero, incomprensiblemente, se entregó el equipo y una grada que masca el pesimismo. Los béticos ni siquiera se agarran al error arbitral para justificar otro derbi perdido que aún no deja entrever un cambio de ciclo.