Lástima que en la foto de nuestra portada
Rafa Navarro quede retratado junto a la celebración de los jugadores del Leganés y un resultado, 4-0, indignante. No es justo porque él y otro canterano,
Álex Alegría, fueron de los pocos que se salvaron en otro inadmisible ridículo. Las goleadas ante
Granada (4-1),
Las Palmas (4-1),
Alavés (1-4) y
Leganés (4-0), o los seis tantos encajados ante
Barça (6-2) y
Madrid (1-6), ponen de manifiesto que este nuevo proyecto de
Haro y
Catalán ha muerto. De hecho, no ha acabado en ruina porque estamos ante el descenso más barato, con diferencia, de los últimos años.
Víctor, una nueva víctima del sistema que ya no está al frente del equipo, habló de "indolencia".
Adán lo considera un problema de "actitud" y no garantiza que vaya a cambiar ante el
Atlético porque es una cuestión de "orgullo personal". Y los dirigentes, sin intención de marcharse, sin pedir perdón de verdad a los béticos, sin hacer verdadera autocrítica y mostrando una autoridad impostada en pareja, califican en los medios oficiales de
"indigno", de
"vergüenza" y de "tirar el escudo" otro partido que quedará en la negra historia del
Real Betis. Cada cual tiene su cuota de culpa y todos deben asumir su parte de responsabilidad, pero el problema no es superficial y va camino de destrozar el ánimo de unos seguidores que están dejando de ir al campo, que no quieren sentarse a ver a su equipo en la pequeña pantalla y que están cayendo en el mayor de los desencantos.
El problema es profundo, estructural, y sólo se arregla con una catarsis, con una limpieza a fondo que arranque de raíz todos los malos hábitos adquiridos para implantar una nueva filosofía.
Haro y
Catalán han tenido dos oportunidades y han fallado en sus dos intentos. Serán, no lo dudo, unos magníficos empresarios, pero han demostrado una manifiesta incapacidad para hacer funcionar un equipo de fútbol, para lograr que el
Betis gane partidos y se acerque al nivel de su mayor y casi único patrimonio: su fiel afición. No hay más.
La televisión, la grada de
Gol Sur, todos los maquillajes estéticos aplicados no dan lustre a una entidad que se arrastra por los campos de fútbol de nuestro país. Se equivocan muchísimo más que aciertan, es evidente. Firman un pacto con el diablo,
Bitton Sport, liberan a
Luis Oliver del peso de la justicia para lograr paz social y consiguen todo lo contrario: dividir a todas las facciones y a todos los entornos que pululan por el
Villamarín y sus alrededores.
Ponen el nombre y el escudo del Betis al equipo de baloncesto de la ciudad y lo que se aplaudía como una iniciativa solidaria que ayudaba a crear un Betis multidisciplinar, puede acabar -salvo inesperado milagro en la cancha o en los despachos- con el
Caja de toda la vida perdiendo la categoría 28 años después, dejando otra mancha indeleble en la camiseta de las trece barras. ¿Que el
Betis sólo prestaba la imagen? ¿Les parece poco? Más que suficiente para fiscalizar la gestión y evitar que el Real Betis sea otra vez el hazmerreír de media ciudad.
Fichan a
Macià, le dan las llaves del cortijo para cuatro temporadas y se les va de las manos. La operación del fichaje de
Damiao, con quien posan en la foto
Haro y
Catalán junto a
Macià, fue la gota que colmó el vaso del descontrol. Fichan a
Torrecilla, otra apuesta a cuatro años, y quien llegaba avalado por los elogios por su trabajo en el Celta, va camino de hacer bueno a Macià. De momento, salvo
Durmisi y
Rubén Pardo, acumula deméritos en fichajes y en comparecencias públicas.
Del "mejor centro del campo de España tras los grandes" (bis) -llegó a defender su desatino- ; a el "bético prefiere tener buenas sensaciones a cumplir el objetivo"; a confirmar que "Víctor será el entrenador de la próxima temporada no sólo porque lo dice el contrato, sino porque hay convencimiento, creemos en él"; o a asegurar que hay una buena base y el equipo sólo necesita para la
2017-2018 "tres o cuatro fichajes que destaquen". El decimoquinto centro del campo de la Liga, según la clasificación actual; ni sensaciones, ni objetivo cumplido; dos entrenadores que han empeorado al plantel y que han sido despedidos; y el convencimiento de que hay que ejecutar otra revolución.
Volver a empezar, quizás sea la única solución. Con otras caras, con otro modelo de gestión que genere nuevas ilusiones y buenos resultados.
Haro y
Catalán deberían dar un paso al lado y permitir que otros lo intenten: convocar una
Junta Extraordinaria de Accionistas, antes de que la solicite
Rafael Salas, para que éste presente su proyecto. Salas es corresponsable de la situación actual.
De hecho, aún es miembro del consejo de administración, pero a la espera de que la Justicia determine si el 31,38% de las acciones en litigio pertenecen a
Lopera o a
Oliver, puede traer aire fresco. Y que los béticos decidan si quieren continuar con
ABA (Ahora Betis Ahora) o dar un giro a este triste presente. El voto del miedo al pasado ya no existe. Ellos mismos han legitimado a Oliver y, por extensión, a
Lopera. La afición del
Betis, y la entidad, no pueden continuar en la actual espiral de autodestrucción.