Rubiales cae en el vicio de Villar

Joaquín AdornaJoaquín Adorna
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Rubiales cae en el vicio de Villar
- Joaquín Adorna (@JoaquinAdornaED)
El ninguneo desde los órganos de poder del fútbol nacional a los intereses del Sevilla, como otras veces a los del Betis o a los de otros clubes que no son los poderosos Madrid o Barça, no es nuevo. Hay cientos de casos de agravios comparativos en la historia reciente. Especialmente sangrantes han sido los relativos a los cierres de los estadios o, sin ir más lejos, a las sanciones -y propuestas de sanción- por los cánticos ofensivos de las aficiones, con informadores de agudos oídos cuando los partidos se han jugado en el Sánchez-Pizjuán o en el Benito Villamarín.

El cambio en la presidencia de la Federación Española de Fútbol había abierto la puerta a la esperanza a recibir un trato más justo para todos desde el órgano federativo. Más aún, después de que Rubiales mostrara mano firme en el pulso que le planteó el presidente del Madrid, Florentino Pérez, anunciando el fichaje de Lopetegui a dos días de empezar el Mundial. Rubiales no se arrugó y, por las formas, despidió fulminantemente al seleccionador, y acertó pese al fracaso de España en Rusia y pese a quienes quieren vender lo contrario.

Sin embargo, la resolución del conflicto por las fechas en las que debía disputarse la final de la Supercopa de España nos ha devuelto a la cruda y triste realidad que ya se sufría con Villar. El Barça, el mismo que fue capaz de hacer el desplante de no presentarse a un partido de Copa; el mismo al que se le indultó al año siguiente para que pudiera jugar una competición de la que debió ser expulsado; el mismo en cuyo estadio rodaron botellas de cristal, mecheros y hasta una cabeza de cochino sin que jamás se llegara a cerrar el Nou Camp; el mismo que alienta y permite que su afición falte al respeto al Rey de España y al himno español; el mismo que antepone un partido amistoso de una gira para hacer caja, a una final oficial de la Supercopa de España; ese Barça, tiene más poder que la Federación y a ese Barça se le beneficia atendiendo su petición, que la final de la Supercopa se juegue el día 12 de agosto y a un solo partido.

Para acabar con el invento, Rubiales se la lleva a Tánger, como en su día intentó trasladarla Villar a Pekín sin lograrlo por la negativa de Barça y Madrid. Ni el rotundo “no” del Sevilla, que ya ha incluido el partido en los nuevos abonos, ni el rechazo de su afición (en la encuesta en la web de ED, casi el 90% de los sevillistas consideran una falta de respeto que la final se dispute en Marruecos) han influido en la decisión que por unanimidad ha tomado la Junta Directiva de la Federación. Las fechas (5 y 12 de agosto) que ya había establecido LaLiga el 17 de mayo se cambian y se cambia, incluso, el modelo de competición: de doble partido, a partido único. Otra chapuza improvisada, por “motivos de económicos y de salud”, para atender las necesidades del Barça. Económicos porque gana la Federación. De salud, por una climatología favorable: habrá unos cuantos grados menos que en Sevilla en el mes de agosto.

La Supercopa de España pierde el prestigio que se le presupone con una nueva estocada similar a las muchas que ha recibido la Copa del Rey. Menosprecio a una competición que, guste más o menos, abre el nuevo curso con el primer título de la temporada y ya es una tradición del fútbol español -se celebra desde 1.982-. Por desgracia, ya hubo dos precedentes en los que no se jugó por problemas de calendario (1986 y 1987). En esta ocasión, había fechas para solucionarlo sin plegarse a las exigencias de un Barça que se ha negado a modificar su gira por Estados Unidos. Empezó con buen pie Rubiales, pero muy pronto ha caído en el vicio de Villar: plegarse ante el Barça.
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