El estreno del siempre mesurado Valverde en el Barcelona está siendo inmaculado: líder invicto que sólo ha cedido tres empates (16 victorias), con 50 goles a favor (2,6 por cita) y sólo siete en contra que le convierten en la mejor defensa de Europa. Todo ello, con el mérito añadido de que la planificación de este verano no solucionó dos carencias que el club arrastraba desde hace años: el lateral derecho (Semedo no se reivindica y Aleix Vidal, menos) y, sobre todo, el central. Depende mucho de Piqué y Umtiti, aunque Vermaelen ha dado la cara durante la lesión del galo y acaba de fichar a Yerri Mina para sustituir a Mascherano.
Además, se sobrepuso al traumático adiós de Neymar, del que se beneficia un Jordi Alba con toda la banda izquierda para él y que forma una letal conexión con Messi, a las lesiones de Dembelé y al peor arranque como culé de Luis Suárez. Ahora, el técnico extremeño debe hacer hueco al aún lesionado Coutinho con el reto de no romper el equilibrio.
Porque este Barça no está tan estirado, es más sólido y la pizarra es más flexible. Tras muchos años con un innegociable 1-4-3-3, Valverde alterna ese dibujo con el 1-4-4-2 y el 1-4-2-3-1. Prioriza el toque, pero sin abusar. También sabe salir rápido y romper líneas con la conducción de Rakitic o Paulinho. Importó una de sus señas de identidad en el Athletic y un concepto que se fue con Guardiola: la presión tras pérdida, y eso es esencial. A veces es menos vistoso, pero está más trabajado y es más fiable.