En el mundo del fútbol se puede pasar del pesimismo a la ilusión desbordada en un santiamén y en este sentido el Sevilla es un buen ejemplo. Hace sólo unos meses, el equipo naufragaba en la zona media de la clasificación, empezaba a digerir la despedida de sus grandes estrellas y cruzaba los dedos para que el TAS no se apiadara del Málaga. Hoy, sin embargo, nadie se acuerda de todo aquello y sólo se mira al futuro con esperanza.
La explicación a semejante cambio en el ambiente se reduce a una sola palabra, la más seductora de cuantas se pronuncian durante el verano: fichajes. Con el balón detenido, nada genera más expectación que una cara nueva, y si son muchas y además reconocibles, mejor aún. Del Nido y Monchi han interpreteado a la perfección el manual de la ilusión y lo han aplicado llevando a cabo una renovación profunda en la plantilla.
Una renovación de las de verdad, en la que desde el primer día quedó claro quién tenía sitio y quién no. Atrás quedaron aquellos tiempos de las enésimas oportunidades a Mosquera, De Mul, Romaric, Acosta y compañía para que justificaran las millonarias inversiones realizadas. Ahora, parece, la lección está más que aprendida y todo el mundo da por hecho que Babá, por poner un ejemplo, no volverá a jugar en Nervión como local.
Con la llegada de jugadores como Pareja, Vitolo, Marin, Bacca o Gameiro, hay motivos de sobra para ser optimistas en la temporada del regreso a la Europa League, y si la pelotita entra, todo será ensalzado. Pero si por el contrario se queda en la línea, más de uno se preguntará por qué los cambios afectaron a todas las áreas menos a la directiva, donde el manual de la ilusión dejará de ser un clavo al que poder agarrarse de nuevo.
David Díaz2 min lectura