He tenido que rescatar el presidente del Sevilla una foto sepia de hace tres lustros para que echemos la vista atrás. Todo comenzó cuando un puñado de sevillistas pusieron corazón. Castro, Monchi y Caparrós eran novatos en la gestión de fútbol,
Caparrós tenía por fin una oportunidad en élite. Alés los empujó al éxito. Durante un lustro el
Sevilla se transformó de arriba a abajo a base de los mensajes que Caparrós trasladaba al subconsciente del aficionado: paciencia, humildad y pasión por su profesión y por unos colores. Ahora que restan dos meses y pico para conmemorar la década que dio comienzo en
Eindhoven, resulta fácil rememorar cada una de las doce finales disputadas. Pero conviene tener presente cómo se cimentó un equipo y un club.
Es a aquella prehistoria a la que deben mirar esos sevillistas de finales que ya ni se inmutan cuando se avecina la decimotercera. Antes era osadía, ahora humildad, porque ya más atrevido no lo hay en
Europa. Ha creado un modelo de negocio futbolístico imparable y no funciona con el piloto automático, aunque lo parezca. Se toca lo preciso, se ajusta lo necesario y se aprende de los errores. Se llamen
Immobile o
Llorente. Ni imitarle es sencillo, aunque lo tengas encima de tus narices.
Puede que no sea eterno o puede que esto solo sea otro comienzo, pero que le quiten lo bailao al Sánchez Pizjuán.
Eduardo Gil2 min lectura