Reputación funambulista

La reputación, en los tiempos de la cólera, interioriza la fragilidad propia de un castillo de naipes. Un golpe de aire a destiempo o un bufido en forma de sospecha bastan para reducir a escombros lo construido durante meses, años o toda una vida. Y sin marcha atrás. No es país para absueltos. Colgado el sambenito, la animadversión invita a entonar mantras. El Meldonium sale ahora a la superficie, no obstante, con linchamientos y pretextos a partes iguales. Porque una cosa es la injusticia y otra la ingenuidad. ‘Ignorantia juris non excusat’.

En un mundo viciado por décadas de tretas y escándalos (estricnina, cafeína o cocaína para los ojos ya circulaban cuando las crónicas se escribían sin color), separar trigo y cizaña suena a utopía. A equilibrismo imposible entre descreimiento y salto de fe.

La comedia franco-belga ‘La bici de Ghislain Lambert’, premiada en su día en el Festival de San Sebastián, disecciona los tópicos del dopaje desde el humor. Su protagonista, un antihéroe coetáneo del ‘Caníbal’ que fantasea con convertirse en un gran campeón, no duda en tomar atajos para desplazar a Fabrice Bouillon, su ególatra jefe de filas. Hasta que un positivo, condenado a llegar antes o después, derrumba sus conquistas de un día para otro, desquiciando al ambicioso y grotesco ‘coéquipier’. El relato, una suerte de macedonia de patetismo y tesón, desmonta la ilusión del blanco o negro y refrenda la poca distancia que separa la senda marcada de otros derroteros. Sólo el paso del tiempo brinda a Lambert una segunda oportunidad. Fuera de la ficción no suele terminar así la historia. Los patrocinadores y el público, adicto a juicios sumarísimos, no se casan con nadie. Y el deportista, honesto o no, camina siempre sobre el alambre. Al ritmo de ‘The daring young man on the flying trapeze’. Temiendo caer en cualquier instante.