El
Betis soporta una pesada carga desde hace ahora justamente una década, de la que no tiene ninguna culpa. Ni siquiera
Lopera es responsable de la eclosión del eterno rival, de sus trece finales y de sus ocho títulos. Si a los éxitos del
Sevilla le unimos los líos propios, es del todo lógico que el bético está pasado de rosca. No hay quien digiera tantos asuntos judiciales, tanto cambio de administrador, de presidente, de entrenador o de director deportivo. Todos vienen y van, pero con una diferencia:
Haro y López Catalán no están de paso.
Han venido para quedarse y trasladar al
Betis su modelo de éxito empresarial. Y son de los que aprenden rápido. Saben encajar. Como el gol, que no es otra cosa que acierto y error. Y al final acaba entrando a fuerza de insistir. Ese es el destino del Betis, condenado a salir adelante. No hace ni dos años desde que
López Catalán comprara las acciones de
Rufino González. Un periodo intenso, de desgaste y aprendizaje. Todo un máster en el negocio fútbol: mejor solo que mal acompañado en el consejo, no se puede firmar a un entrenador por clamor popular, o aquello de "la confianza es imprescindible cuando le pagas una pasta a uno de tus ejecutivos".
Experiencias convertidas en lecciones para que no se repitan jamás. Ahora toca lo siguiente, crecer. Los consejeros delegados se la volverán a jugar en el relevo de
Macià, pondrán al
Betis en color, terminarán la caja de herramientas y se atreverán a llevar al Betis a
Europa. Es cuestión de proponérselo. Cuando las sentencias del Mercantil despejen el panorama, a alguno se le quitarán las ganas de hacerse fotos en plena en calle. Tampoco habrá excusas si algo sale mal. No harán ni falta porque el
Betis explotará más tarde o más temprano. Pero no de la manera que pensaron los que pretendían dinamitarlo. Los días de gloria llegarán porque los béticos, si algo son, es que son muy cabezotas.