Para muchos béticos el derbi puede ser un punto de inflexión. No sólo el momento de recuperar la dignidad perdida por las goleadas sufridas en Nervión los últimos años sino un punto y aparte. La exigencia que ha acompañado al Sevilla de las finales y los títulos en la última década parece haberse instalado ahora en el Betis. La autocrítica constante sin duda ha hecho crecer a un club y a un equipo que cada vez es menos conformista.
Y, sin embargo, el sevillismo se ha mostrado complaciente por haber llegado a la final de Copa con tanta antelación. El penalti de Beñat se asume como la inercia competitiva del equipo en vez de como un aviso. Y señales de alarma ha habido toda la temporada en los desplazamientos. El modelo de negocio exitoso de vender y reinvertir tiene el riesgo de encontrarse de cuando en cuando con un Llorente.
La temporada nunca puede ser mala si termina el 22-M en el Calderón, pero a estas alturas ni siquiera Europa está garantizada y menos los títulos. Puede que a Unai se le haya ido la mano, puede que no sea oro todo lo que reluce. Son horas de duda, parecidas a las que se vivían en Heliópolis en enero. El fútbol es un estado de ánimo hasta que empiece a rodar la pelota el domingo a las cuatro de la tarde.
Eduardo Gil2 min lectura