Diez años en la tierra prometida

Diez años en la tierra prometida
José Castro, presidente del Sevilla. - R. S.
Estadio DeportivoEstadio Deportivo 7 min lectura
A la mente se me vinieron muchas cosas cuando Javi Navarro alzaba al cielo de Eindhoven esa copa con la que se colmaban tantos anhelos. El fulgurante brillo de esos 15 kilos de plata obnubiló nuestro presente. Nada existía por unos instantes más que aquella imagen de éxito y furia y aquellas lágrimas de alegría incalificable. Por fin la gloria, ajena y esquiva durante tantas décadas, nos correspondía. Sentíamos aquello tan extraño y a la vez tan placentero de ser campeón. Un alivio histórico nos daba paz y locura a partes iguales. Todo un día como hoy, justo un 10 de mayo en el que, incluso antes de la final, lágrimas y sonrisas se fundían en ese ambiente inolvidable que se vivió en la Plaza Markt. Un día como hoy hace diez años, el 10 de mayo más maravilloso que hemos vivido y viviremos jamás los sevillistas.

Pensé en mis padres, en el respeto que siempre mostraron por mi sevillismo, pese a que ellos no sentían el fútbol como yo. Pensé en mi tío Antonio, el que me metió este bendito veneno en el cuerpo. Pensé en nuestras peregrinaciones a Nervión cuando yo era un chiquillo, entrando por la puerta 19 ilusionado por ver a Enrique Lora, al Expreso de Algeciras, al Baby Acosta, mi ídolo… ¡Hemos tenido tantos grandes jugadores que sin embargo nunca ganaron nada! Pensé en todos los que estuvieron siempre en primera línea, pero que ya no estaban, que se fueron sin ver lo que nosotros en ese momento de infinita emoción estábamos contemplando, como mis apreciados Manolo Coronilla y Miguel Román Castellano. Pensé, sobre todo, en la inmensa fortuna, incalculable, de ser sevillista, sobre todo en aquella calurosa noche de Eindhoven en la que la felicidad se había adueñado por completo, quizás más que nunca, de los que sentíamos en blanco y rojo. Tantas veces nos habíamos y nos habían preguntado con frustración por qué… Y maldita sea, ahí estaba la respuesta en todo su esplendor.

Nunca habíamos necesitado ser campeones para sentirnos orgullosos, ser sevillistas era y sigue siendo nuestro mayor título… Pero muchas generaciones huérfanas de éxitos no nos sentimos enteros hasta aquel 10 de mayo de Eindhoven. Durante muchos años ser sevillista fue ilusionarse sin fundamento ni esperanza. Ser sevillista era mirar como otros lograban lo que tú querías, conformarte con aquello de que ‘alguna vez nos tocará’. Ser sevllista era, en resumidas cuentas, un acto de fe, como mi Paseo de Consolación de todos los años, porque cada verano renovábamos nuestro abono aún a sabiendas de que no haríamos nada extraordinario.

No nos quedaba otra que aceptar con resignación ver jugar al Espanyol una final de UEFA en el 88. Y a la Real ganar ligas. Y al Deportivo convertirse en Súper. Y al Alavés protagonizar un partidazo épico contra el Liverpool en otra final europea. Y al Mallorca coronarse campeón de esa Copa en la que a duras penas llegábamos a una semifinal. Y al Betis también. Y al Recreativo jugar una final… Y entonces nos preguntábamos cómo demonios nosotros le podíamos dar tanto al fútbol y el fútbol tan poco a nosotros. No había respuesta lógica para justificar tal desplante.

Pero en aquella primavera de 2006 se dispararon los acontecimientos. Pasamos por encima del Zenit y ante el Schalke hicimos lo que tanto tiempo llevábamos esperando, meternos en una dichosa final con ese zurdazo de leyenda de Antonio Puerta. Nos sentíamos extraños de estar ahí, pero no nos arrugamos, porque aquel era nuestro momento, sólo el nuestro. La cabeza de Luis Fabiano, las manos de Palop ante Viduka, el oportunismo de Maresca. Cuatro goles como cuatro cañonazos que anunciaban una nueva era para nuestro pueblo. Casi después de sesenta años caminando por el desierto, desde 1948, llegábamos por fin a nuestra tierra prometida. Y diez años después ahí seguimos todavía.

En Eindhoven comprendimos que quien quiere puede, que los éxitos no caen por sí solos, que hay que buscarlos, que los sueños se cumplen si quieres realmente que se cumplan. Eindhoven nos hizo ver de lo que éramos capaces, nos arrancó nuestros pesados complejos, nuestra mediocridad, increíblemente aceptada como algo casi inevitable. Y desde entonces el bagaje es demoledor: cuatro UEFA Europa League, una Supercopa de Europa, dos Copas del Rey y una Supercopa de España. Ocho títulos y dos finales en lontananza. Todo ello para deleite de una ciudad, Sevilla, que nos da nuestro nombre y a la que hemos dado realce internacional con nuestras conquistas.

Lo que encontramos en el Philips Stadion no era un oasis, sino el auténtico paraíso. Eindhoven no fue un hecho aislado, fue el comienzo de una historia nueva, de una década prodigiosa. La UEFA Europa League nos cambió la vida, por eso siempre será especial. Nunca la podremos mirar como a las otras ni nadie la mirará como nosotros.

Ella, de alguna forma, ganemos o no el próximo 18 de mayo, nos pertenece por siempre. Nuestra historia de amor, que ya dura diez años, es de las auténticas, de las de toda la vida. Es el primer amor, el que nunca muere.
¿Otra vez? ¡Sí, otra vez!
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