Opinión

Sweet Carolina

Sweet Carolina
- Eduardo Gil
Eduardo GilEduardo Gil2 min lectura
Carolina Marín desprende una seguridad en si misma que nos recuerda a Rafa Nadal. Justo detrás de Mireia, ahora mismo, la más grande del deporte patrio. En solo dos años ha llegado a lo más alto, y para quedarse. Como hicieran antes Paquito, con el esquí; Santana, con el tenis; Seve, con el golf; o Fernando, con la Fórmula Uno, ella nos ha descubierto un deporte llamado bádminton. Y resulta que es toda una innovadora. Sus golpes, sus movimientos, sus remates, su agresividad y hasta sus gritos en cada punto, la han convertido en la jugadora a batir para decenas de miles de competidores de ojos rasgados.

La Marín es una rara avis en una disciplina de completo dominio asiático. La única gran profesional en un deporte anclado en atavismos orientales. Dotada de un instinto innato para luchar cada punto, su nueva técnica y su mala uva son capaces de provocar el desconcierto y las lágrimas en sus rivales. En parte generación espontánea, en parte cincelada en el oasis que va de su Huelva al eterno rival rinconero. Una ganadora que emigró a la liga más competitiva de Europa, Dinamarca. Carolina disputa este mediodía la final olímpica anticipada, al alcance de la mano una medalla. Cuando la muerda, sabrá qué es el dulce sabor del oro.
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