No es cuestión de elegir entre ascender con un juego ramplón o quedarse a las puertas bordando el fútbol. Es cierto que se puede querer por igual a papá y a mamá, pero, a la hora de la verdad, resulta complicado tener a los dos de tu lado, por lo que te conviertes en una suerte de
Edipo o en otra de
Electra. La remodelación de la
Segunda división, con el eterno incentivo de los 'play off', convierte la categoría en un maremágnum impredecible en el que componentes como el azar, la
motivación por rivales o estadios concretos, la condición de local o la presión mediática derrotan a la historia, el presupuesto o el prestigio de una plantilla.
Por otro lado, la moda del 'jogo-bonito', con el
Barcelona de
Guardiola y la
Selección en los albores de
Del Bosque como máximos exponentes, ha causado un daño irreparable al fútbol modesto, el que habita a partir del segundo escalón. Dicen que no hay mayor elogio que la réplica, aunque añadiría que ni mayor insulto que la burda copia. Docenas de equipos insisten en calcar sistemas,
modelos y pautas para los que sólo los superdotados están capacitados. Incluso, queda instalado en el disco duro de dirigentes y aficionados, que rechazan el
fútbol directo, el
contragolpe o los
planteamientos defensivos como recurso para sus equipos. Hasta el
Lugo, por poner un ejemplo, entiende innegociable el raseo de balón desde el portero al último de sus delanteros. Una barbaridad. Loable, pero barbaridad.
No hay mucha diferencia entre lo que proponía
Velázquez y lo que defiende
Merino. Tampoco en lo que traerían bajo el brazo
Vázquez o
Muñiz -
Mel es otro cantar-. Varían el talante, la experiencia y las formas. Al linense lo acreditan sus resultados. Y bienvenidos sean. La grada y el palco celebran que el filo de la navaja no corta.
Vil postureo.