La Superbowl, desde Sevilla

La Superbowl, desde Sevilla
Rafael GandulloRafael Gandullo10 min lectura
Si alguien te dice hace diez años que podrías vivir la Superbowl en Sevilla como si estuvieras en Boston, le llamarías loco. Sin embargo, ya estando en el 2018, la respuesta sería más simple: vete al Phoenix Pub.

Este pub irlandés de Plaza de Cuba, que linda con el José Luis, representa un bastión norteamericano en el corazón que une Los Remedios y Triana. Allí se emiten regularmente partidos de diferentes ligas europeas, la NBA y fútbol americano.

Entrar en la taberna para ver la gran final de fútbol americano entre los New England Patriots y los Philadelphia Eagles fue un golpe de realidad. Nunca la había visto tan llena, ni siquiera con un Real Madrid-Barcelona o un Sevilla-Betis. Entre americanos, Erasmus y españoles curiosos, no existía un sitio libre salvo en la barra de pie. Allí, junto con mi amigo David Daffos, sobre las 00:30, empezó el partido.

Adol Hernáez, un habitual del Phoenix, nos vio cara de neófitos en la materia y nos explicó con precisión en qué consistía el asunto: "Cada equipo tiene cuatro oportunidades o 'downs' para avanzar mínimo 10 yardas. Si lo logra, obtiene cuatro nuevas oportunidades, así hasta llegar a la zona de anotación o 'touchdown', que son seis puntos. Si no lo logra, el equipo atacante le entrega el balón al otro y pasa a la defensa. También existe la posibilidad de tirar entre los palos, que son tres puntos en turno ofensivo y dos si ha venido precedido de un 'touchdown'. El partido son cuatro cuartos de quince minutos cada uno. Y bueno, con cada 'touchdown' de los Eagles un chupito de tequila", concluyó nuestro particular maestro.

El encuentro comenzó con un ataque que terminó en pateo de tres puntos para los Eagles (la defensa de los Patriots no había permitido que llegaran a la zona de anotación) y con la posterior ofensiva de los Patriots de Tom Brady, que llegaron a la zona de seis puntos pero sin conseguir cazar el balón que les hubiera supuesto el 'touchdown'. A continuación, llegó la magia.

Balón para Nick Foles, el mariscal de campo de los Eagles, a cuarenta yardas de su zona de anotación. Ve cómo su compañero Alshon Jeffery corre cual gacela hacia el 'touchdown'. El 'quarterback' lanza el balón, mientras un defensa de los Patriot se percata de la jugada y trata de evitarla. Sin embargo, el 'eagle' Jeffery vuela para coger el ovoide y seis puntos para los de Philadelphia, con el Phoenix estallando de júbilo.

En ese momento me percaté de las dos caras de la moneda a izquierda y derecha de la barra. Mike, del estado de Pennsylvania, a mi izquierda, apretaba el puño y celebraba el 9-0 de su equipo. A mi derecha, Rebeca, germano-marbellí, se lamentaba del tanto que le habían anotado a los blancos.



Los de Tom Brady acortaron distancia tirando entre los postes y así se llegó al final del primer cuarto. Los siguientes quince minutos dejaron como primera acción reseñable un durísimo placaje del 'eagle' Jenkins al 'patriot' Cooks, con este último teniendo que abandonar el partido definitivamente rumbo a la enfermería. Un chico con la camiseta de Brady, sentado frente a una pantalla gigante en el bar, se llevó las manos a la cabeza.

El 'eagle' Blount aprovechó el desconcierto y en una carrera digna de un velocista olímpico quebró la línea defensiva de los de Boston y anotó otro 'touchdown'. Los Patriots respondieron con una sensacional galopada de White, que aguantó las embestidas de los defensas y se metió en la zona. El atacante tiró el ovoide con rabia contra el suelo y gritó a la grada. Había partido, había final, había Superbowl.

Rebeca ya parecía más calmada, Mike barajaba los posavasos como método antiestrés y Adol nos recordaba la final del año pasado, en la que los Patriots remontaron un partido imposible ante un Phoenix abandonado por el público, que daba por sentenciado el partido. "Esto es como el fútbol, hay que quedarse hasta el final", apostilló David.

La conclusión a la que se llegó fue que los Patriots son más de segundas partes y, para darnos más la razón, los Eagles obtuvieron otros seis puntos de la mano de Nick Foles, que esta vez actuó como receptor. Ya no dio tiempo para más y empezó el otro gran espectáculo de la noche: la actuación musical del descanso.

El concierto corrió a cargo de Justin Timberlake y ciertamente fue asombrosa la cantidad de gente implicada, la rapidez para colocar un escenario donde antes había hierba sobre la que jugar y la excepcional sincronía de movimientos de todos los participantes.

El show musical, unido a los anuncios que costarían miles de dólares por segundo, tuvieron más o menos el mismo tiempo de dos cuartos. Porque el dinero es el dinero y porque las pausas en el deporte son sagradas para el norteamericano medio, junto a la imposibilidad de un empate.

El marcador, cuando empezaba ya la segunda parte, reflejaba una ventaja considerable para los Eagles, asunto que no tardaron en solventar los Patriots, que metieron seis puntos tras una conexión de Brady con Gronkowski de diez yardas. 22-19 y el partido volvía a apretarse.

La tensión se mascaba en el pub y el siguiente gol de los Eagles no ayudó, con una polémica recepción de Clement en el límite de la zona. Los fans de Patriots discutían acaloradamente sobre la decisión arbitral de conceder el tanto y Mike sonreía.

El partido se convirtió desde ese momento en un intercambio de golpes para disfrute del espectador. Nos adentrábamos en el último cuarto y las cervezas no paraban de llenar la caja del Phoenix con más y más billetes.

Los Patriots se adelantaron momentanéamente en el marcador, por primera vez en todo el partido, pero los Eagles no se rendían ante la histórica oportunidad de obtener su primera Superbowl. Respondieron los de 'Philly' con un touchdown que precedió a lo absolutamente inesperado.

El turno de ataque correspondían a los de Boston y el ovoide llegó a las manos de Tom Brady, el mito viviente que a sus cuarenta años soñaba con obtener su sexto anillo, colocándose a la altura del baloncestista Michael Jordan. Pero a este sueño le vino la realidad del avispado defensa Brandom Graham, que le robó el balón de las manos, en una suerte de humanización de la leyenda patriot.

Imnumerables "Fuck Pats! Fuck Brady!" resonaron en la sala, convencida ya del triunfo 'eagle'. Rebeca observaba los últimos minutos con resignación, a solas frente a la pantalla grande y cerca de la salida. Mike se recolocaba las gafas con una mano y apretaba el puño con la otra, contando los segundos que faltaban para que su equipo se llevase el trofeo Lombardi a su Pennsylvania natal.

No obstante, los de Boston gozaron de una ocasión para empatar tras un accidentado ataque 'eagle'. Había pocos segundos, mas la oportunidad existía.

Esta vez, la fortuna, sin embargo, no sonrió a los blancos de Boston y se decantaron por los verdiblancos de Philadelphia, que defendieron con fiereza hasta dejar el tanto de los Patriots fuera del tiempo reglamentario.

Los Philadelphia Eagles, con un 41-33, se coronaban como campeones. Un barreño de bebida energética cayó sobre la cabeza del victorioso entrenador y un tuit del presidente Trump voló para felicitarles.

El bar celebró el resultado con un rugido y con una ágil evacuación. Solo quedó un hombre, en una esquina, vestido con la camiseta de los vencedores, que no daba crédito a lo que acababa de presenciar. Era la emoción que congelaba al que, hasta ese preciso momento, nunca había ganado el mayor torneo del fútbol americano.
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