Emery es un guerrero. Uno de esos tipos con una fortaleza mental fuera de lo normal, capaz de soportar la presión más abrumadora y de resistir en el centro de la diana casi de forma permanente. Un
superviviente aferrado al bien más valioso del fútbol, los resultados, para superar un sinfín de adversidades en una batalla eterna contra las circunstancias. Lo sufrió a un nivel desmesurado en
Valencia y en el
Sevilla nunca lo ha tenido fácil, acechado por la mala fortuna en forma de lesiones y blanco de las críticas por sus controvertidas decisiones y por una filosofía que primero desesperó por su indefinición y luego no convenció a todos al entenderlo como un estilo defensivo.
El vasco ha llegado a estar al límite, al borde del precipicio, pero nunca se ha rendido, siempre con la mirada al frente y con plena confianza en él y en sus pupilos. Supo reinventarse en su momento, cambiar su idea inicial -llevar la iniciativa- y adaptarse a sus mimbres, y, con el paso de los partidos, ha convertido un equipo totalmente remozado en verano en un bloque dentro y fuera del campo, logrando una
unidad en el
vestuario que ha sido uno de los principales motores de este exitoso
Sevilla junto a su poderosa mentalidad, mérito exclusivo del entrenador y su labor psicológica. No en vano, cogió a un equipo muy frágil en lo anímico, que se derrumbaba ante cualquier obstáculo, especialmente fuera, y lo ha dotado de una
personalidad, una fe y una perseverancia que han conducido al
Sevilla al título europeo, porque hasta en las situaciones más desesperadas ha creído en sí mismo y nunca ha arrojado la toalla.
Un espíritu inculcado por el técnico y derivado de otro de los principales ingredientes del éxito de su proyecto: la confianza del plantel en
Emery. El equipo siempre ha estado con él, le ha arropado en los malos momentos y le ha respondido cuando más lo necesitaba, como ocurrió en el decepcionante arranque del curso, tras la
eliminación copera con el
Racing y, sobre todo, en la racha de seis partidos sin ganar entre enero y febrero. Lejos de dejarle solo, el grupo se dejó contagiar por su entusiasmo y se levantó para firmar el 27 de 30 en
Liga y plantarse en la final, muestra inequívoca de que ha sabido metérselo en el bolsillo con una acertada gestión del vestuario blanquirrojo y de su hambre por crecer. Un punto clave para erigirse en el primer entrenador que completa una campaña tras
Jiménez (2009) y ganarse la renovación a base de resultados y de elevar al
Sevilla a la gloria.