El Eibar sabe muy bien lo que quiere. Y le funcionó desde el comienzo de la Liga, de la mano de José Luis Mendilibar, porque lo que desea es muy simple: sin balón, presionar intensamente, dependiendo del rival, a distintas alturas y en pocos metros. Y, cuando lo recupera, hacérselo llegar lo antes posible a sus extremos, los más técnicos del equipo -y prácticamente los únicos- para que conecten con los dos puntas. En Enrich y Bastón comienza todo. Son muy peleones y no dejan a los mediocentros rivales recibir ni, si lo hacen, que puedan jugarla con ventaja. Por detrás, dos líneas de cuatro, con Dani García y Escalante prestos para salir a morder. A pocos metros, los centrales y, ya por detrás, Riesgo atento por si tiene que abandonar el área en busca de algún balón furtivo. Los armeros están en constante agitación, sin posesión o con ella.
Todo les va bien hasta que se da algún desajuste: un jugador superado, otro que llegue tarde a la ayuda o una mala basculación. Al final, el Eibar depende de la intensidad y era cuestión de tiempo que sufriese un bajón, al no tener apenas banquillo. Sin Keko ni Jota, con el distintivo de calidad, jugarán por fuera Inui y Berjón, sin fondo físico pero determinantes, por pase y golpeo, si les dejan recibir y levantar la cabeza. Mientras los pivotes juegan en horizontal, los centrales verticalizan con pases largos para comenzar arriba una nueva pelea.