Jorge Sampaoli puede apuntarse la victoria moral del planteamiento inicial de un Sevilla valiente y ordenado en la presión, preciso en la asociación y que puso en jaque al campeón de Liga y Copa. A los nervionenses les faltó un segundo gol que premiara su puesta en escena y les sobraron los últimos tres minutos de un primer tiempo en el que el Barcelona equilibró el marcador y cimentó su posterior remontada. En la primera parte ahogó el Sevilla al Barcelona en la salida colocando su defensa muy adelantada, achicando espacios y desconectando al tridente culé del resto del equipo. Ganó la batalla por la posesión y generó ocasiones para marcar más goles que el logrado por Vitolo. Mariano y Escudero tuvieron espacio por fuera para progresar y el Sevilla también tuvo mayoría por dentro con su poblado centro del campo con un N'Zonzi omnipresente. El plan para aislar a Messi y tenerlo lejos del área funcionó durante 42 minutos. En la que fue prácticamente su primera aparición se asoció con Neymar y empató.
Del paso por vestuarios salió un equipo, el sevillista, que acusó el desgaste físico del primer acto y otro, el culé, que se aplicó en la circulación para hacerla más rápida y efectiva. Eso dificultó la presión sevillista. Mariano ya corría más detrás de Neymar que al revés. Y a todo esto, Messi se hizo con el control del partido. Comenzó a aparecer por todas partes y a generar desconcierto en cada acción. El cansancio sevillista también afectó a sus ideas con la pelota. La pérdida de Carriço en el segundo gol lo ejemplificó. También ahí estuvo, con su asistencia a Suárez, Messi, otra vez verdugo del Sevilla.